Fiesta Bautismo del Señor, Ciclo A
Mateo 3, 13-17:
“Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

“Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”

Los tres sinópticos recogen el episodio del bautismo de Jesús en el Jordán. El evangelista Juan no habla de este bautismo, pero sí hace una referencia cuando el Bautista, después de señalar a Jesús como
“el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29), declara: “he visto al Espíritu bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él” (Jn 1, 32).

Cuando los cuatro evangelistas hacen alusión a un momento de la vida de Jesús, es señal de que tal hecho tenía gran relevancia en la comunidad cristiana donde se fueron gestando la redacción de los evangelios.

Siguiendo la narración evangélica Jesús se mezcla con los que escuchaban la predicación del Bautista reconociendo sus pecados y haciéndose bautizar. Jesús aparece como uno más, como un pecador. Aunque según la carta a los Hebreos tenemos a un sumo sacerdote
“probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado” (Hbr 4,14), es san Pablo el que nos dice: “Al que no tenía que ver con el pecado, por nosotros lo cargó con el pecado” (2 Cor 5,21). Cuando Jesús se identifica plenamente con el hombre y se solidariza con él, es cuando se abre el cielo, el Padre lo proclama su Hijo querido y el Espíritu Santo se posa sobre Él ungiéndolo como Mesías.

El bautismo del Señor es la identificación de Jesús como Masías e Hijo de Dios, ungido por el Espíritu. Esa identificación está avalada por una experiencia en la que Jesús escucha del cielo estas palabras:
“Tú eres mi Hijo amado, el predilecto”. Jesús vive y siente a Dios como Padre. Se confía al misterio de Dios como un hijo querido. Es la primera actitud cristiana ante Dios. Tal experiencia no encierra a Jesús en una piedad individualista. Dios es Padre de todos, incluso de quienes lo olvida, “el hace salir el sol sobre buenos y malos” (Mt 5, 45). Lo que Jesús busca es que la justicia, la misericordia y la bondad de ese Padre se contagie a todos, para que todos puedan tener una vida más digna, propia de hijos de Dios.

En el bautismo de Jesús el cielo se abre, el Padre habla, el Espíritu de Dios desciende sobre Cristo, y en Cristo de nuevo sobre toda la humanidad. El cielo se ha abierto. Dios está con nosotros, no es el frío dios de la razón, ni el distante como puro misterio, sino el hecho carne, hermano y amigo. La solidaridad de Dios con los hombres es el cimiento de la solidaridad y fraternidad entre las personas y la esperanza de una vida más humana y gratificante para todos.

La fiesta del bautismo de Jesús tiene también como objetivo
“manifestar el misterio del nuevo bautismo”, como rezamos en el prefacio. El bautismo del Señor anuncia el bautismo en agua y Espíritu Santo que todos hemos recibido. Es buena ocasión para revisar nuestro esquema personal de creyentes y su proyección práctica en la vida diaria, tanto a nivel individual como comunitaria.

Son muchos los bautizados que ignoran por qué y para qué lo son. Un hecho social más, una costumbre religiosa de siempre. Hay que salir de esa indiferencia y rutina. Partiendo del bautismo del Señor, que es la identificación de Jesús, busquemos nuestra propia identidad cristiana en el bautismo que recibimos siendo muy pequeños, pero que todos los años en la Vigila Pascual tenemos ocasión de renovar. Identidad cristiana en la realidad de hijos de Dios mediante la fe en Cristo dentro de la comunidad de la Iglesia.

Buen fruto de esta fiesta sería
“escuchar con fe la palabra del Hijo de Dios para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos suyos”, como rezamos en la oración de después de la comunión.