IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 5, 1-12a: “Dichosos… Dichosos…”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
Comentario:
“Dichosos…
Dichosos…”
La Bienaventuranzas son el prólogo del discurso del Monte en el que san Mateo
recopila diversos temas de predicación de Jesús en ocasiones distinta,
sintetizando toda una serie de actitudes que configuran el discípulo de Jesús.
Es todo un estilo de vida que vivido, con sencillez y generosidad, hace del
seguidor de Jesús
“sal de la tierra y luz del mundo”.
Llama la atención este prólogo
proclamando, de manera repetitiva, la dicha y la felicidad desde un enfoque muy
diverso a donde normalmente la buscamos:
“Dichosos los pobres, dichosos los que lloran, dichosos los
perseguidos, dichosos los limpios de corazón…”
La vida está sembrada de problemas y conflictos haciendo sufrir en cualquier
momento. La felicidad interior es uno de los mejores indicadores para saber si
estamos bien orientados en el difícil arte de vivir. La felicidad es la misma
vida vivida con acierto y plenitud. Buscamos la felicidad por caminos
equivocados deseando tener más y más. Vamos tras el éxito porque así creemos que
valemos más. Conseguir, a toda costa, la aprobación de los demás, porque lo
importante es triunfar. Así difícilmente se consigue la felicidad. El más
pequeño fracaso será fuente de desgracia y desilusión, quedando incapacitados
para descubrir que la persona vale por sí misma, por lo que es, aún antes de
cualquier éxito personal.
La Bienaventuranzas invitan a ver si la vida la tenemos bien planteada o no,
para eliminar enfoques equivocados. Una vida movida desde un corazón más
sencillo, sin tanto afán de éxito, con una mayor limpieza interior, más cercano
a los que sufren, con una comprensión más sincera hacia los demás, sin miedos a
ser mal interpretados por ser fieles a la verdad, desde la confianza en un Dios
que ama de manera incondicional. Este es el programa de vida que trazan las
Bienaventuranzas.
La Bienaventuranzas nos descubren a un Dios que no es “apático”. Dios no es
insensible al sufrimiento humano. Dios sufre donde sufre el amor. Por eso el
Reino de Dios será para los que sufren porque apenas hay lugar para ellos en la
sociedad, ni en el corazón de los hermanos. Dios quiere acabar con la tragedia
de tantos que soportan el dolor y la miseria de una vida marginada y explotada.
La fe no está reñida con la felicidad concreta de cada día. La salvación no está
en la felicidad en el más allá. Aquí es donde hay que buscar la felicidad,
porque a Dios, que nos crea por amor, lo único que le interesa es nuestro bien,
para ello está presente en nuestra existencia:
“En El vivimos, nos
movemos y existimos” (Act 17,28),
potenciando nuestro bien, nunca nuestro daño, apoyando la lucha por una vida más
humana, atrayendo la libertad hacia el bien.
Las Bienaventuranzas son un estímulo de conversión orientando la propia libertad
hacia una existencia más humana, más sana y más dichosa superando engaños de
felicidad aparente. Ser feliz supone una mayor autenticidad. Señalan, también,
el camino marcado por Jesús aprendiendo a ser cristianos convencidos. La
garantía de una verdadera felicidad está en caminar por la vida con un corazón
sencillo y transparente, trabajando por la paz con entrañas de misericordia,
buscando siempre la justicia y la solidaridad, sin miedos a no ser comprendidos
soportando con ilusión y mansedumbre el peso del camino.
Quien practica las Bienaventuranzas, que supone una inversión de criterios al
uso, es quien las puede entender ya que pertenecen a la vivencia religiosa del
don de Dios en la fe, desde una opción personal y aceptación gozosa del Reino de
Dios.