IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
San Juan 9, 1-41: “Fue, se lavó, y volvió con vista”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
Comentario:
“Fue, se lavó, y volvió con vista”
Avanzamos en la Cuaresma, camino hacia
la Pascua. Este cuarto domingo continúa el tema bautismal iniciado el domingo
pasado con el episodio de la Samaritana. El agua que se convierte
“en un surtidor que brota hasta la vida eterna” (Jn 4,14),
hace referencia a la nueva vida recibida en el bautismo, nacimiento del agua y
del Espíritu (cfr. Jn 3,5).
El bautismo cristiano, sacramento de la fe, es iluminación de toda la persona,
para caminar en la vida como hijos de la luz desde la fidelidad a Cristo en
sentimientos y conducta guiados por el Espíritu. Iluminación por la
participación en la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Rom 6, 3-4).
La ceguera física nos lleva a descubrir las posibles cegueras que nos impiden
caminar con sentido en la vida. Son muchas las cegueras que nos impiden ver la
luz, como el vivir programados desde fuera victimas del consumismo y la
publicidad. Vivir movidos sólo por lo que me apetece, sin escuchar la voz de la
conciencia, eludiendo responsabilidades. No entrar en nuestro interior para ver
en qué tenemos que cambiar. Da la sensación de que siempre obramos bien sin
detectar el autoengaño. Ver sólo lo que queremos y nos interesa ver, no
dejándonos iluminar por la luz de la verdad. Podíamos seguir la lista, pero
basta para caer en la cuenta de que nos falta la luz, que no es fácil
encontrarla en nuestro mundo porque abundan las tinieblas del egoísmo, el
oportunismo, la frivolidad, el engaño y la manipulación.
Cristo se presenta como la luz del mundo. Su
“misión es ser testigo de la verdad” (Jn 18,37),
como afirmó ante Pilato. Vive en la verdad, cree en la verdad y la busca, la
defiende y la proclama y llama a seguirla porque El es
“el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
Al ciego de nacimiento, Jesús le abra los ojos, ve la luz, recordándonos que
Jesús puede curar nuestra ceguera si nos dejamos trabajar por Él. Si reconocemos
nuestra ceguera y con sencillez acogemos a Jesús y a su buena noticia,
comenzaremos a ver la verdad de nuestra vida, de las cosas, de los demás y de
Dios.
La luz que cura nuestra ceguera la tenemos desde el bautismo. El ciego fue, se
lavó y volvió con vista. La Cuaresma nos prepara para la renovación del bautismo
tomando conciencia de que “en otro
tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor” (Efs 5.8).
La conversión no es quitar los pecados, es
“caminar como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor” (Efs 5, 8 -10).
Luz que ha de manifestarse en la bondad, justicia y verdad. Que abre nuestros
ojos, nuestra vida a los valores del evangelio: la vida y el amor, el trabajo y
la justicia, la convivencia y la solidaridad con todos, renovándonos en nuestra
opción bautismal para que sea realidad lo que dice Jesús.
“Vosotros sois luz del mundo… Alumbre
también vuestra luz a los hombres; para que vean el bien que hacéis y
glorifiquen a vuestro Padre del Cielo” (Mt 5, 14.16).
El encuentro con Jesús fruto de una
pasión por la fidelidad a El, alimentado, no sólo de doctrina, sino desde el
contacto asiduo en la oración, en la Palabra, en los sacramentos y en el
hermano, hará que se caigan las escamas de nuestros ojos para que, curados de la
ceguera, comencemos a ver todo de manera diferente, viviendo como “hijos de la
luz” como realidad de una verdadera conversión.