V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
San Juan 11, 1-45: “Yo soy la resurrección y la vida”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
Comentario:
“Yo soy la
resurrección y la vida”
Desde antiguo se vio una referencia bautismal en el evangelio de este domingo.
Vivir la Cuaresma es despertar en nosotros la realidad del bautismo, de nuestro
ser cristiano, nacidos de nuevo del agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 3.5).
Lázaro sale del sepulcro. Esta resurrección que opera Jesús es signo de la nueva
vida que nos da el Espíritu por la fe y el bautismo, así “el
nos sacó del dominio de las tinieblas para trasladarnos al Reino de su Hijo
querido” (Col 1,13).
La afirmación de Jesús “yo soy la
resurrección y la vida”
no se agota con el renacer bautismal, anuncia también una plenitud de vida
iniciada en las aguas bautismales y que llega a su consumación en la
resurrección final como Jesús, conforme a lo que san Pablo nos dice en la
segunda lectura de hoy. Para vivir con profundidad la Cuaresma no hay que
olvidar la dimensión escatológica de nuestra vida. La Cuaresma es como un Éxodo
que tiene como meta la plenitud de vida en Dios.
Vida nueva y resurrección no de manera automática, sin condiciones, sino como
fruto de la fe en Cristo como Mesías e Hijo de Dios.
“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí,
aunque haya muerto vivirá”.
Fe como adhesión a Cristo desde una opción personal orientando toda la vida como
hijos de la luz, mirando la muerte como un paso a la plenitud en Dios iniciada
ya ahora.
El acto de fe de Marta como respuesta a Jesús:
“Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías”,
es todo un estímulo de renovación de la vida cristiana. Esa fe cambia el
corazón, orienta la vida, abre nuevos horizontes de compromiso en nuestro
quehacer diario. El bautismo es sacramento de fe, y participando en la muerte y
resurrección de Cristo nos impulsa a empezar una vida nueva, porque
“si hemos quedado incorporados a El
por una muerte semejante a la suya, ciertamente lo estaremos por una
resurrección semejante” (Rom 6,5).
Hay un detalle que
puede pasar desapercibido y es de un gran valor. A la voz potente de Jesús:
“Lázaro ven fuera”, el muerto salió con las manos y los pies atados. Jesús
ordena que lo desaten y echó a andar. Porque los otros rompieron las ataduras
Lázaro pudo andar.
Para andar en verdad como cristianos necesitamos de la Comunidad.
“Fue voluntad
de Dios
el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin
conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo” (LG 9),
afirma el Vaticano II. Vivir la dimensión comunitaria de la fe es garantía de
ayuda para desatar las ataduras que pueden dificultar nuestro caminar en la
verdad. Es fácil desorientarse si se camina en solitario. Es más seguro sentirse
en comunión con los que profesan la misma fe y viven el estímulo del mismo
ideal. Compartir la misma fe, celebrarla juntos con gozo, saberse comprometido
con otros en la misión de ser luz y sal en el mundo es garantía de una vida de
fe sincera y gratificante.
La Cuaresma es conversión no del cristiano aislado. Es toda la Iglesia, la
Comunidad Cristiana, la que vive el gozo de la renovación siguiendo el consejo
de san Pablo que recordábamos el Miércoles de Ceniza:
“Dejaos reconciliar con Dios” (2 Cor, 5 ).