Solemnidad de San José
Lucas 2, 41-51a:
“José, su esposo, que era bueno…”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

Poco es lo que el evangelista Mateo nos dice de san José: lo entronca en la genealogía con el rey David, y lo define como hombre “bueno”, que es lo suficiente para ser hombre signo y misión. Su grandeza es fruto de la fe que le animó. Decir, en el lenguaje bíblico de una persona que es “justo y bueno” es decirlo todo: justicia y santidad según Dios.

La figura de san José es entrañable y admirada en el pueblo de Dios. Habría que preguntarse ¿por qué? No brilla con esa luz que rodea a tantos humanos que llegan a ser ídolos. Ni sobresale por el poder y por obras que inmortalizan a sus autores. La honradez y la rectitud es el secreto de su grandeza y admiración. San José, desde esa honradez y rectitud tiene mucho que decir al hombre del siglo XXI.

Siente un gran respeto ante el misterio de Dios, porque sabe que Dios está en la entraña de su ser, porque es amor. La fidelidad, a toda prueba, es una constante en su vida porque se fía de Dios. La integridad y la honradez silenciosa le mantienen siempre en su compromiso y responsabilidad en lo que le ha tocado vivir. La sencillez, vacío de sí mismo y la laboriosidad, sin protagonismos, le llevan a la comprensión hacia los demás y a vivir su trabajo como realización personal y proyección social de servicio a los demás. Disponibilidad absoluta como fruto de su obediencia de fe para la vocación de servicio y la misión que Dios le confía.

Vivir así no se improvisa. Para el creyente el secreto de ese comportamiento está en la experiencia de Dios. San José vivió junto a la Palabra que escuchaba y protegía; se abría del todo a ella desde la contemplación. Supo guardar silencio para escuchar, para respetar, adorar y amar. En san José es proverbial su fe a la palabra de Dios y su docilidad a la voluntad divina. Así podemos hablar de su amor hecho acogida, responsabilidad y entrega.

San José es patrono de la Iglesia Universal, de los Seminarios y del mundo del trabajo en su condición de hombre signo y vocación de servicio a la misión confiada.

Bajo su patrocinio la Iglesia encuentra protección y estímulo, ya que la vocación de san José se realiza en su servicio al plan salvador de Dios, y que la Iglesia ha de hacer presente a lo largo de la historia.

En la perspectiva de la misión eclesial, la vocación y el ministerio sacerdotal, al servicio de los hombres, encuentran en san José un protector y un modelo de entrega a la obra de Cristo, que es el Reinado de Dios.

El mundo del trabajo cuenta con el amparo de san José, y un signo válido y perenne para tomar el trabajo no como lucro personal, sino como realización de la persona y como servicio solidario a la comunidad humana. Su ejemplo ilumina la espiritualidad cristiana del trabajo.

La figura de san José puede parecer pequeña por los datos que nos han llegado, pero encierra una fuerza y vitalidad que, siguiendo el símil de la parábola evangélica, pequeño es el grano de mostaza, pero llega a ser un árbol frondoso.