VI Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 14,15-21: “Yo le pediré al Padre que os de otro Defensor… el Espíritu de la verdad”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
Comentario:
“Yo le pediré al Padre
que os de otro Defensor… el Espíritu de la verdad”
Las comunidades de creyentes en Jesús posteriores a la primera, no están en
inferioridad con relación a los que “vieron y palparon” (1Jn 1,1). El vacío
dejado por la presencia en “carne” de Jesús será llenado por la presencia del
Espíritu, “el otro Defensor”. La Comunidad recibe el Espíritu a través de Jesús.
Ya en la tarde de Pascua Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: recibid Espíritu
Santo” (Jn 20, 22-23). Es el gran don del Señor Resucitado a los suyos.
El Espíritu activa en nosotros la presencia viva de Jesús, su impulso creador,
abriendo nuestro corazón al encuentro personal con el Resucitado como alguien
vivo. Esta relación afectiva y cordial nos transforma generando en nosotros una
manera nueva de ser y de vivir. Lo que configura la vida del creyente no es la
obediencia a una ley, ni la observancia de unos ritos, sino la aceptación gozosa
de la verdad de Dios bajo el impulso del Espíritu. Su vida no está programada
por prohibiciones sino que vive animado por el Espíritu que acompaña
continuamente al hombre renacido en el bautismo (cfr. Rom 8,9). Su presencia es
la prueba del amor que Dios nos tiene “porque el amor que Dios nos tiene inunda
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5).
La experiencia del Espíritu nos descubre que ser cristiano no es un peso que
oprime y atormenta la conciencia. Es vivir con la alegría y la espontaneidad que
nace no del egoísmo, sino del amor, con una reorientación continua hacia la
verdad de Dios y hacia la vivencia de la fe en el Resucitado, en la Comunidad,
en la Iglesia.
El Espíritu de la verdad la comunica y hace vivir en ella no únicamente como
vida nueva interior de piedad y oración, sino generando un estilo de vida
contrario al que surge de la mentira y el egoísmo. Necesitamos dejarnos guiar
por la verdad del Espíritu para liberarnos del ambiente donde a la mentira se le
llama diplomacia, a la explotación negocio, a la irresponsabilidad tolerancia, a
la sensualidad amor, a la falta de respeto sinceridad. Es el Espíritu Defensor
quien fortalece al creyente y le ayuda a caminar hacia la verdad, la tolerancia,
la responsabilidad, la solidaridad y el amor.
El Señor Resucitado se hace presente por medio del Espíritu. “No os dejaré
huérfanos, volveré… y viviréis, porque yo sigo viviendo”. Jesús está prometiendo
una presencia suya más continuada que las apariciones pascuales. Por eso puede
afirmar: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
Es el Espíritu quien mantiene a la Comunidad nacida de la Pascua, a la Iglesia,
siendo lazo íntimo de comunión, enriqueciéndola con sus dones y carismas e
impulsándola hacia la audacia evangelizadora. El Espíritu actúa en la Iglesia
como el alma en el cuerpo humano la unifica, la gobierna, la renueve y la
conduce en la misión de pregonar la Buena Noticia a toda la humanidad (cfr. Mc
16,15).
Bueno sería preguntarnos hasta qué punto el Espíritu alienta en nuestra propia
Comunidad y en nuestra vida personal, y qué docilidad prestamos a sus impulsos
renovadores.