X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 9, 9-13: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

 Hace poco celebrábamos la solemnidad de la Santísima Trinidad, y la afirmación de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16) que leíamos en la lectura evangélica, era una invitación a la conversión de nuestra manera de concebir a Dios. Tenemos muy claro que Dios es todopoderoso, y por eso acudimos a El para pedir. Fácilmente olvidamos que “Dios es amor” (1 Jn 4,8), y que su omnipotencia está en el amor. Esta verdad, fundamental en nuestra fe, asimilada con sencillez y gratitud, es fuerza que cambia el corazón.

Subrayando más la realidad de que Dios es amor nos encontramos en este domingo con otra desconcertante afirmación de Jesús:
“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13). Los que tienen necesidad de médico no son los sanos, sino los enfermos. Jesús ha venido a salvar. Su mismo nombre lo está indicando. Jesús significa Dios salva. Jesús, el salvador, en razón de su misión, ha de estar junto a los que le necesitan. Ha venido a curar, a salvar, no a condenar. El motivo de la misión, en el Padre y en Jesús, es la misericordia, el amor compasivo.

Puede darse la tentación de pensar que el pecado es algo que aleja a Dios de nosotros. Cuesta trabajo aceptar que Dios se acerca al hombre cuando nos ve desorientados, necesitados de paz y de vida. Creemos en un Dios que se complace en los que son fieles a sus mandamientos y que no mira con buenos ojos a los pecadores. Así hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza porque nosotros amamos a los que nos aman y nos son favorables, y nos alejamos y rechazamos a los que nos contrarían.

Dios es mucho más grande que todo eso y ama a todos los hombres sin fin, no porque lo merezcamos sino porque lo necesitamos. Dios no se aparte del pecador. Lo busca como el pastor que ve tras la oveja descarriada, o el padre que espera ansioso, con los brazos y el corazón abiertos, la vuelta del hijo (cfr. Lc 15). A este Dios
“clemente y compasivo, lento a la cólera, rico en piedad y lealtad” (Sal 86,15), hemos de buscar hasta desde nuestro pecado y no esperar a justificar nuestra vida para presentarnos con cierta dignidad ante El. Que bien lo entendió el publicano de la parábola arrancando de su corazón, desde la humildad y la confianza, la gran súplica: "¡Dios mío!, ten compasión de este pecador!" (Lc 18,10). Desde el mismo interior de su pecado se encontró con el Dios de Jesucristo que perdona, llama e invita a una vida mejor y a una felicidad mayor. El publicano ”bajó a su casa a bien con Dios” (Lc 18,14).

Es obligado el aprendizaje del amor y la misericordia para quienes tienen la religión como un culto, un sentimiento piadoso o un interés por tener a Dios a su favor. Creados a imagen y semejanza de Dios hemos de ir creciendo y avanzando en compasión y misericordia, acercándonos, de verdad, a los que no parecen ser tan buenos. Decía Pío XII que no había hombres malos en este mundo, sino hombres que no han sido bien queridos. O aquello de san Francisco de Asís: “Pon amor donde no hay amor y encontrarás amor”. Es una asignatura pendiente el amor también a “los malos”, a los pecadores, como hace el Dios que nos revela Jesús. ¿No es esto lo que está necesitando nuestro mundo? ¿No es esta la mejor señal de identidad del seguidor de Jesús? ¿No se haría más creíble la Iglesia? Pongámonos a “estudiar” esta asignatura a ver si pronto la aprobamos.