XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 9, 36 -- 10:8 “Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

Hay quienes dicen: soy católico, soy cristiano pero no practico, es decir, no va a misa, no frecuenta los sacramentos, no reza… Otros, por el contrario, afirman que son católicos practicantes porque cumplen determinadas prácticas religiosas y tratan de ajustar su comportamiento a unas normas morales y a unas leyes eclesiásticas. No está mal.

Esta manera de pensar, no cabe duda, es muy reducionista estando lejos del proyecto de Jesús, que no es otro que la implantación del Reinado de Dios como salvación, no comenzando después de la muerte, sino como irradiación de la gracia, del amor y la fuerza de Dios ya en nuestra historia actual para cambiar la situación de la gente
“extenuada y abandonada como ovejas sin pastor”. Extenuación y abandono presentes en esta sociedad tan avanzada y tecnológica, pero que no encuentra la paz, la convivencia armónica, el bienestar interior y el gozo de la vida. Ni el confort, ni la electrónica van a crear un ambiente gratificante. Sólo el amor desde la sencillez, la autenticidad, la acogida, la amistad, la fidelidad y la atención gratuita al otro será capaz de generar una convivencia de respeto y atención a todos.

Jesús, al ver esa situación de insatisfacción y abandono, sintió compasión de la gente, manifestando su preocupación con dos imágenes sugestivas: mies abundante que pide cosechadores y ovejas abandonadas sin pastor.

El cristiano, el seguidor de Cristo no puede decir que practica por cumplir unos ritos y unas normas. Hace falta, sobre todo, encarnar las dos actitudes que señala el texto evangélico de este domingo: la súplica confiada y constante
“al Señor de la mies para que envíe trabajadores a su mies”, y la respuesta ilusionada y generosa al mandato evangelizador: “Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”.

“Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Pablo VI, EN nº 14). Si esto es así el cristiano, el católico, miembro de la Iglesia, será verdadero practicante si evangeliza, ya que el mandato de Jesús es para todos sus seguidores. Evangelizar no es sólo “predicar” el evangelio. Jesús sigue diciendo:
“Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios”.

“Curar enfermos” es liberar a la persona de todo lo que le paraliza, le roba dignidad y vida aplastados por el dolor, la injusticia y angustiados por la dureza de la vida. “Resucitar muertos” es liberar de todo lo que bloquea la vida y mata la esperanza. Hay que despertar de nuevo el amor a la vida, la voluntad de lucha y el deseo de libertad afianzados en la confianza en Dios. “Limpiar leprosos” es hacer desaparecer tanta mentira, hipocresía y convencionalismo, ayudando a vivir en la verdad, la sencillez y la honradez. Terminan los signos de la verdadera evangelización con el “arrojad demonios”, es decir, liberar a los hombres de tantos ídolos que los embaucan, los esclavizan pervirtiendo nuestra convivencia y nuestra sociedad.

El anuncio del Reinado de Dios no se hace con discursos ni palabras sugestivas, sino desde la experiencia personal que hace surgir al testigo que convence, no por sus palabras, sino que arrastra por su ejemplo. La acción evangelizadora, auténtica práctica cristiana, ayuda a la conversión. Decía Pío XII el 10 de Febrero de 1952: “Es el corazón del hombre el que hay que cambiar: convertirlo de selvático en humano, y de humano en divino según el corazón de Dios”. Convertido el hombre, pueden transformarse las estructuras sociales, porque remodelando al hombre se reconstruye el mapa del mundo.