Solemnidad de la Asunción de María
Lucas 1, 39-56: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes”

Es una de las grandes fiestas de María a lo largo del Año Litúrgico. La Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, verdad vivida y celebrada por el pueblo cristiano a lo largo de siglos, y refrendada por Pío XII el 1 de Noviembre de 1950 como verdad revelada por Dios.

Asunta al cielo es vivir en plenitud la vida de Dios. Vida que, en María, comenzó con esa apertura incondicional a la acción de Dios. “Hágase en mí según tu palabra”, que fue creciendo en la sencillez de lo cotidiano, llegando a ser fruto ubérrimo porque dejó que el “Poderoso hiciera obras grandes”.

San Pablo, en la segunde lectura de esta festividad, nos dice que Cristo tiene que reinar y “el último enemigo aniquilado será la muerte” (1Cor 15,26). Este es el mensaje principal de la Asunción de María: la muerte no tiene poder sobre ella y no nos vencerá a nosotros definitivamente, porque nuestro destino es la vida y no una vida cualquiera, sino la vida en Dios.

Esta proclamación y triunfo de la vida que celebramos filialmente en María tiene que resonar fuertemente en nuestro mundo que parece dominado por la cultura de la muerte. Todos somos testigos de que parece que la vida ha perdido su valor. Nos abruman las cifras desorbitadas de muertes por hombre, por violencia, por malos tratos, por genocidios, por abortos, por accidentes… En el fondo de toda esta cultura está la pérdida de valores auténticos, imperando el egoísmo, la ambición, el afán de poder, el placer ilimitado y la comodidad.

Hacer frente a esta lacra de muerte no es obra de unas leyes, ni de una mayor y mejor vigilancia policial. Será fruto de una regeneración arraigada en los valores que marcan la grandeza y la dignidad del ser humano. Quien cree en la Encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia se siente llamado a vivir con ilusión buscando siempre ayudar a vivir. María, impulsada por la vida que arraigó en su seno ayuda a vivir y va “a toda prisa” a casa de Isabel para ayudarla en los últimos meses de su embarazo.

María estuvo siempre de cara a la vida en camino hacia Dios, pero el camino hacia Dios pasa siempre por el servicio a las personas, por la sensibilidad ante situaciones difíciles y embarazosas como en Caná. Para vivir y ayudar a vivir no hay que hacer cosas grandes. Sencillamente ofrecer nuestra amistad, estar cerca del que sufre, tener paciencia con quien pide ayuda y ser escuchado, compartir la alegría con quien siente que la vida le sonríe, vivir con solidaridad el dolor de quien siente la dureza de la vida.

Con Jesús ha llegado un cambio decisivo en la historia de la humanidad, tal y como la quiere Dios, que “es un Dios de vivos, no de muertos” (MT 22, 32). María lo expresa en su cántico de liberación. Los que no cuentan desde las estructuras del poder, los que viven la dureza del olvido, la marginación y la explotación como los pobres, los humildes, los hambrientos, pasan a ser los preferidos de Dios y de los que se sirve para hacer su obra, como es el caso de María.

La Asunción de María es el Magníficat, en el que canta María la vida de un pueblo que ve nuevos horizontes de vida y esperanza. La Asunción es el canto de la raza humana a Dios misericordioso que “enaltece a los humildes”, apostando siempre por la vida. Nos invita a hacer una pausa en la agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el valor y el sentido de la vida aquí en la tierra, y sobre nuestro destino: la Vida con mayúscula, junto a María.