XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 18,15-20: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”

Se dice que con el roce nace el cariño, y también salta la chispa. La convivencia tiene sus dificultades y fácilmente surgen diferencias que originan discusiones, enfrentamientos y hasta ofensas, creando un ambiente hostil de separación y enfado, propicio al comentario, no siempre muy objetivo, y a la crítica en comidilla, falta de caridad y de consideración al poner a otro en boca de todos.

Ante estas situaciones, ¿cuál es la táctica de Jesús? Un poco desconcertante. Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, al contrario, es éste quien ha de tomar la iniciativa, para demostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación. Así actúa El con nosotros. Es a la corrección fraterna a la que invita Jesús ofreciendo una oportunidad de cambiar: “Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.

La propuesta de Jesús contiene una llamada al reconocimiento de la condición frágil y pecadora del otro, de la que brota la comprensión, no sintiéndonos superiores a nadie, sino que, sabiéndonos de su mismo barro, tendemos la mano de igual a igual, de hermano a hermano.

La corrección fraterna ha de partir de la base del amor al otro y de la confianza en él y en sus posibilidades de reacción, hecha con sinceridad y valentía, de tú a tú hablando con claridad pero con cariño y respeto.

Junto a la ofensa y al enfado, que pueden romper relaciones amistosas y familiares, el Evangelio de este domingo contempla el hecho del pecado, de la mala conducta. Todos tenemos pecado y somos sabedores de los malos comportamientos de los demás.

¿Qué hago para que el otro sea mejor y salga de su situación equivocada? Encogernos de hombros como si la cosa no fuera conmigo; quedarnos en la queja y la crítica no soluciona nada y mucho menos es actitud cristiana. Cristo nos enseña cómo debemos actuar: “Su tu hermano peca, repréndelo a solas, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano”. Nos invita a corregirnos y ayudarnos mutuamente, a actuar con comprensión, con paciencia, acercándonos de manera discreta, personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada. Todos somos capaces de salir de nuestra equivocación, de nuestro pecado y de volver al buen camino. Nada ayuda más a un cambio de vida, supuesta la gracia de Dios, que el haber encontrado a alguien que ha sabido acercarse de manera amistosa y comprensiva, tendiendo una mano que ayude a cambiar.

Es posible que no siempre, actuando según el espíritu de Jesús, se tanga éxito. Es un misterio la libertad y la vivencia del equivocado. Pero haber hecho lo que se tenía que hacer es lo que se nos pide, no el resultado favorable.

Para actuar de esta manera nuestra fe ha de ser viva y operante. Pero la fe no es asunto puramente individual que cada uno ha de resolver en lo íntimo de su conciencia. Es, ciertamente, personal, pero con una dimensión comunitaria que ayuda a superar una fe al propio gusto y devoción. La fe necesita la vinculación a una comunidad creyente donde se alimenta y fortalece compartiendo con los otros la misma esperanza en el Dios de Jesucristo. Es la ocasión de vivir con realismo y humildad la presencia de Cristo en medio de los creyentes: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Presencia real que une, orienta, fortalece y purifica. Allí está El a pesar de nuestra mediocridad, de nuestra rutina, pero buscando una superación, una mayor fidelidad a Dios, una verdadera solidaridad de hermanos apoyados en una súplica sencilla y confiada.