XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 18, 21-35: “No digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“No digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

 

“Se parece el Reino de los cielos…” Así comienzan varias parábolas de Jesús recogidas en los evangelios. El centro de la predicación y del mensaje de Jesús está en la enseñanza sobre el Reino de Dios, del que no nos da ninguna definición, pero si nos dice que está cerca, que con El ha comenzado. Recalca su novedad, su exigencia y su escándalo.

Dios quiere actuar en el mundo para implantar una nueva sociedad digna del hombre en la que se viva la fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos, y en la que, si alguien es privilegiado y favorecido, lo sea el débil, el marginado, el que por sí mismo no puede defenderse, porque Dios es Padre de todos, lo que quiere decir que todos somos hermanos, valorando a la persona por lo que es, no por lo que puede o tiene.

Este es el proyecto de Jesús que ha comenzado con su venida, se ha de ir realizando con la colaboración de sus seguidores, y llegará a su plenitud al final de los tiempos.

En las parábolas del Reino Jesús va señalando cómo hemos de vivir y actuar para que el Reino de Dios vaya siendo realidad en nuestro mundo. Uno de esos valores, imprescindible para el Reino, es el perdón necesario para convivir de manera sana y gratificante, y del que nos habla la parábola de este Domingo. En la familia donde la convivencia puede generar tensiones y conflictos. En la amistad y el amor donde hay que saber actuar ante desengaños e infidelidades posibles. En múltiples ocasiones de la vida en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos. Si no hay perdón difícilmente se pueden solucionar estas situaciones, y la convivencia se rompe quedando heridos interiormente.

Perdonar es olvidar la ofensa, intentar superar una situación de distanciamiento y desconfianza, reprimir el odio, resentimiento y el deseo de venganza, tender la mano al ofensor para rehacer de nuevo la convivencia amistosa. Todo ello como exigencia de un corazón que sabe olvidar y superar situaciones de amor propio y de rechazo, desde la comprensión y la nobleza de quien está convencido de que con el enfrentamiento nada se consigue, haciendo que la vida sea insoportable.

No es fácil perdonar porque vivimos encerrados en nuestro yo celoso de lo nuestro y de nuestra propia felicidad haciendo que perdonar de corazón y con generosidad se nos haga insuperable. Sin embargo el odio, el resentimiento, el desprecio no conduce a nada constructivo, es como un cáncer secreto que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida. Cuando uno logra liberarse del odio, reconciliarse consigo mismo, recuperar la paz y ofrecer el perdón, la vida como que comienza de nuevo en el gozo de haber superado una situación denigrante rehaciendo la convivencia pacífica.

Jesús nos invita al perdón porque sabe que el perdón libera y dignifica al hombre, salva al ofensor ayudándole a reconocer lo equivocado de su proceder. Insiste en el perdón, “hasta setenta veces siete”, porque El va por delante haciendo realidad lo del salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. Luego se dirá de manera coloquial: “Pon amor donde no hay amor y encontrarás amor”.

Perdonar no significa ignorar las injusticias cometidas, ni aceptarlas pasivamente. Si uno perdona es precisamente para destruir, de alguna manera, el mal, y para ayudar al otro a rehabilitarse y actuar de manera diferente en el futuro. Es todo un esfuerzo por superar el mal con el bien.

Así actúa Dios. El perdona siempre los “diez mil talentos”, para que nosotros sepamos perdonar la pequeñez de los “cien denarios”, colaborando de esta manera a la construcción del Reino.