XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 21, 28-32: “Los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera”

Ser cristiano por tradición, porque nos bautizaron siendo muy pequeños, tiene el inconveniente de pasarse la vida “haciendo cosas cristianas” y no “siendo cristiano”.

San Pablo, cuando habla del bautismo, dice que por la inmersión nos vincularon a la muerte de Cristo, participando también de su resurrección para que “comenzáramos una vida nueva” (Rom 6, 4). El bautismo no es un simple purificar de una falta, sino un nacimiento nuevo; “de la carne nace carne del Espíritu nace espíritu” (Jn 3, 7). Un nacimiento del Espíritu, una vida nueva, es proceder, en todas las facetas de la vida, según el estilo de Cristo, el “ser cristiano” y no sólo “hacer de cristiano” puntualmente.

La parábola de este domingo, aunque dirigida por Jesús a los sacerdotes y dirigentes religiosos de Israel, es también para nosotros que, acostumbrados a la religión podemos olvidar o ser insensibles a la voluntad de Dios, al proyecto de Jesús. Hablamos mucho de Dios, practicamos actos religiosos, rezamos con más o menos frecuencia, recibimos los sacramentos, estamos atentos para no ofender a Dios…, dando la sensación de que todo está en orden, todo se ajusta a la ley, pero todo se queda en un mero cumplimiento sin que tenga un verdadero reflejo en la vida.

Es el hijo que cuando el padre le dice que vaya a trabajar en la viña, “le contestó: voy, pero no fue”. No hizo lo que quería el padre, todo se quedó en meras palabras.

Cristiano es el que se compromete de verdad con Cristo, no el que quiere comprometerse pero sirviendo simultáneamente a “dos señores: a Dios y al dinero” (Mt 6,26). No es mala voluntad, sí un modo de entender lo religioso, lo cristiano, sin contribuir a una vida más plena, más ajustada a las exigencias del Evangelio. Es el cristiano que vive instalado cómodamente en su fe sin que su vida apenas se vea afectada por su relación con Dios, por esa fe que dice profesar. Entonces le fe es como un añadido, como una carga. Se lleva una vida como cortada en dos, se dedica un tiempo a Dios que luego está ausente en la vida cotidiana. Dios no penetra en la vida familiar, ni en el trabajo, ni en los negocios, ni en las relaciones sociales, ni en los intereses y proyecto. Eso es otro campo. La fe queda reducida a una costumbre y a una prudente seguridad para el futuro en el más allá. ¿Qué importan las verdades de fe que decimos, si falta luego en la vida un sincero esfuerzo en el seguimiento de Cristo? La fe es una actitud ante Dios que da un significado nuevo y una orientación diferente a nuestro comportamiento diario. Creemos no lo que decimos con los labios, sino lo que expresamos con nuestra vida.

Al final de la parábola, Jesús añade una frase escandalosa: “Los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de Dios”. Transcribo un cuento que puede ayudar a entender el mensaje de Jesús.

Un hombre devoto fue a vivir a una casa en la que tenía por vecina a una prostituta. Al poco tiempo se percató del incesante ir y venir de hombres que requerían los servicios de la mujer. Escandalizado, el hombre recriminó cruelmente a la vecina: - Mujer malvada, arrepiéntete de tu conducta. Para que cada día tengas conciencia de tus horribles actos, yo colocaré una piedrecilla en la puerta por cada pecado que cometas.
Así, día a día, el devoto fue poniendo piedrecillas en la puerta. Vigilaba noche y día a la mujer, y llevaba la contabilidad exacta de cada hombre que iba a visitarla, de modo que al poco tiempo logró hacer un buen montón.
La mujer lloraba viendo crecer el cúmulo de piedras, y su corazón sufría, ya que la vida y sus avatares la habían empujado a aquella situación que era la primera en lamentar.
Una noche un terremoto destruyó aquel pueblo y murieron en la catástrofe el devoto y la prostituta. Las almas de los dos fueron llevadas inmediatamente a los jueces celestiales. Una vez revisadas las vidas de ambos y conociendo lo más profundo secretos de sus corazones, dictaminaron:
- Que el alma de la mujer sea llevada al paraíso, y el alma del hombre sea conducida al infierno.
- Un momento, intervino el devoto aterrado, aquí debe haber un error, es ella la que ha pecado incesantemente, en cambio yo he respetado las reglas de la moral establecida.
Los jueces se miraron entre sí sin dar crédito a lo que oían.
- No hay ningún error, sentenciaron, el alma de la mujer está blanca y su corazón es puro. Su cuerpo pecó, pero la vida la llevó hacía un destino que no pudo eludir, y día y noche rogaba salir de su penosa situación que tanto le hacía padecer. Tú, en cambio, tienes el corazón negro de resentimiento, culpa y juicio contra ella. Además, en vez de sentir generosidad y compasión, contribuiste a aumentar su humillación y vergüenza. Así, ¡que se cumpla la sentencia!
Dicen que aquel hombre provisto de falsa moral aún continúa en el infierno, mientras la mujer goza de las delicias y beatitud del paraíso