XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 22, 1-14: “Los convidados a la boda no quisieron acudir”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Los convidados a la boda no quisieron acudir”

Una vez más insiste Jesús, por medio de una parábola, en presentar en Reinado de Dios. Lo hace bajo la figura de un banquete de bodas. Es una invitación a la fiesta, a la alegría, al amor, a la fraternidad. Invitación que llega a todos.

Se habla hoy mucho de que la religión está en crisis en las sociedades desarrolladas. Son cada vez menos los que se interesan por las creencias religiosas, aumentando la increencia. Pero Dios no está en crisis. Nada le impide para que siga ofreciendo a cada persona su amor y su salvación. Está, como siempre, en contacto con cada persona, y nos habla, entre otros medios, por los signos de los tiempos. La parábola nos recuerda que Dios no excluye a nadie, a todos llama, a buenos y a malos, a los que viven en la ciudad muy acomodados en su manera de vivir, y a los que andan perdidos “por los cruces de los caminos”. Cruces de caminos de ideas, de sentimientos, de posturas políticas, de grupos eclesiales… Los cruces de los caminos siempre fueron y son dificultosos por el riesgo de desorientarse y perder el rumbo cierto. Todo está preparado, y nada puede impedir a Dios qua haga llegar a todos su invitación. Dios está vivo y operante en lo más íntimo del ser, en la conciencia, “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto íntimo de aquella” (GS 16).

La llamada religiosa suscita rechazo en no pocos. Los convidados a la boda ponen excusas, no acuden, están ocupados en sus tierras, en sus negocios. Algunos incluso maltratan y asesinan a los mensajeros que el rey les envía. Quedan excluidos los primeros invitados, y el rey extiende la invitación “a todos los que encontréis en los caminos”. Las puertas del Reino se abren para todos sin discriminación. Es el pueblo de la nueva alianza.

Se busca la felicidad, y unos van tras ella en el tener más, comprar más. Otros en el goce inmediato e individualista del sexo, la droga, la diversión refugiándose en el placer del presente. Son muchas las ofertas de felicidad que se ofrecen, ofertas parciales que no proporcionan todo lo que el ser humano va buscando.

La invitación de Dios sigue resonando. Invitación que hemos de saber percibir en medio de las insatisfacciones, gozos, luchas e incertidumbres de nuestra vida. Dios siempre intenta llegar al hombre, aún por caminos insospechados. Es bueno pararse en medio de una vida tan ajetreada para no desoír la invitación que quizás otros hombres y mujeres más sencillos han escuchado “en los cruces de los caminos” de este nuestro mundo.

Para dar una respuesta a la invitación de Dios es necesario tener, en primer lugar, un alma pobre, es decir, estar disponible para Dios y los hermanos. Vivir con el corazón despegado del consumismo, compartir con los demás lo que somos y tenemos y sentirse desinstalado con absoluta libertad. En segundo lugar vestir el traje apropiado, convertir la mente, el corazón y la vida. Dios está dispuesto a cubrirnos con el vestido nuevo de hijos, que es su amor de Padre. Responder, finalmente, no con autosuficiencia de creernos indispensables, sino con un talante alegre y fraternal porque “todo lo podemos en Aquel que nos conforta” (Fil 4, 14).

No olvidemos llevar “el traje de fiesta”, el amor, la alegría, la fraternidad para no ser echados de la fiesta y del banquete.