XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 22, 15-21: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

Dios o el César. Un dilema difícil, y más en los tiempos que corremos. Pocas frases del Evangelio habrán sido tan manipuladas como esta. Es la respuesta, acertada, que da Jesús a los que, con mala intención, le preguntan: “¿si es lícito pagar impuesto al César, o no?”.

Basándose es la respuesta de Jesús, hay quienes señalan una separación total entre la religión y la vida social y política, encerrando la religión en lo individual y privado, sin tener nada que ver con la vida cotidiana. Tal separación no tiene fundamento alguno. Es la misma persona la que vive una dimensión religiosa y una dimensión social. No se puede vivir en planos separados, sino integradas según un orden de respeto y colaboración.

Hay que saber distinguir los diversos ámbitos en que se desenvuelve la vida del hombre, salvando siempre su autonomía y competencia, teniendo en cuanta que ningún poder humano puede pretender exigencias absolutas sobre el hombre. Por encima del hombre no hay otro hombre, ni una ideología, ni un proyecto político. El hombre ha de integrarse en la sociedad valorando, responsablemente, el ordenamiento que ayuda a conseguir el bien de todos, el bien común, pero siempre salvaguardando su dignidad y autonomía.

Nada en el ser humano puede quedar encerrado en el ámbito privado e individual. La dimensión religiosa no puede quedar al margen de la vida social y política. A Dios hay que darle lo suyo sin temor a una competencia desleal, sino sabiendo integrar la experiencia religiosa en todos los ámbitos de la vida. Si la religión se encierra en la esfera de lo privado, ya no es la religión la que pueda contribuir a la transformación de la sociedad, cambiando el corazón del hombre por el amor, sino que es la sociedad la que acomoda la religión a sus intereses y conveniencias. De esta manera el hombre ya no escucha las exigencias de Dios, sino que se sirve de la religión cuando la necesita, convirtiéndola en un producto más de consumo.

Creer en Dios, base de la auténtica religión, es tener conciencia de que uno no está solo, que El está en el origen y en el destino último del hombre; que le conoce y le ama y siempre está cerca de él y nunca le abandona porque es el apoyo de su existencia. Es una vivencia que no viene dada por la simple aceptación de unas verdades y doctrina, sino desde la experiencia de una relación vital con Dios, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Act 17,29).

Esto exige vivir desde el fondo de nuestro ser, superando toda superficialidad que impide abrirse confiadamente a Dios.

Jesús no trata de poner en el mismo plano a Dios y al César, como dos autoridades de carácter absoluto. Pone a cada uno en su sitio buscando que el hombre no sea manipulado por ningún poder absoluto que coarte su libertad y lo maneje a impulso de la ideología de turno. La adhesión a Dios es fuente de la más genuina libertad, liberando de todo “César” que pueda esclavizar.

“Dar al César lo que es del César y dar a Dios lo que es de Dios” son deberes complementarios, no excluyentes. El “dar a Dios lo que es de Dios” es lo primero, y de ahí dimana el fundamento y la obligación también de “dar al César lo que es del César”. Recordar que en la vida social está en juego la dignidad y la realización de la persona humana, que tiene su fundamento en que ha sido “creado a imagen y semejanza de Dios” (Gen 1,26), y “que es la única criatura a la que Dios ha amando por sí mismo” (GS 24). Si esto es así, nunca hay que dar a ningún César lo que es de Dios: la vida y la dignidad de sus hijos.