Solemnidad. Todos los Santos
Mateo 5, 1-12:
“Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”

La festividad de Todos los Santos queda un tanto eclipsada por los difuntos. El primero de Noviembre es día de visitar los cementerios, recordar a los seres queridos, honrarlos y elevar una oración por su eterno descanso.

Con todo hay que subrayar la importancia, para la vida cristiana, de la fiesta de Todos los Santos, establecida para toda la Iglesia universal por el papa Gregorio IV a mediados del siglo IX para ensalzar la vida honrada y santa de tantos hombres y mujeres que alcanzaron a Dios por su fidelidad a Cristo, y que son ejemplo para los que aún peregrinamos por este mundo.

Es una fiesta no sólo para recordar, admirar y venerar a los santos, sino también es una llamada a vivir nuestra vocación cristiana con ilusión y autenticidad. El cristiano ya es santo por el Bautismo que le une a Cristo y a su misterio pascual (cfr. Rom 6, 4-5), pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo conformándose con Cristo cada vez más intensamente.

La santidad no es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. Es tarea de todo cristiano, ya que la santidad no está en una vida “extraordinaria”, sino en vivir como hijos de Dios, en esa semejanza a El, según la cual hemos sido creados. El santo es el que fascinado por el amor de Dios, atraído por la figura y el mensaje de Jesús va transformando progresivamente su vida dispuesto a renunciar a todo lo que oponga a la verdad y bondad del Evangelio.

Nos fascina y deseamos la felicidad, ese estado de ánimo complaciente y placentero por la posesión de un bien que nos satisface. Queremos ser felices, pero tal vez no siempre acertamos con el camino. La felicidad no se compra. Con dinero sólo podemos comprar apariencias de felicidad. La felicidad es fruto de la liberación del corazón de toda ambición y ambigüedad. Jesús nos ofrece una fuerza liberadora que presenta en ocho enunciados o caminos de dicha y felicidad, la Bienaventuranzas, que hoy se proclaman, en la versión de san Mateo, en la lectura evangélica.

Los santos hicieron realidad en sus vidas el programa del Reino de Dios que las Bienaventuranzas contienen para todos. Vacíos por completo de su propio egoísmo, estuvieron disponibles ante Dios y abiertos a los hermanos haciendo fructificar sus dones y cualidades. Fueron cristianos de verdad con un corazón sensible al dolor y sufrimiento ajenos, con un amplio deseo de justicia para todos, como consecuencia de una auténtica misericordia y limpieza de corazón, empeñados en que reinen buenas relaciones entre todos, se respeten los derechos de todos y se haga justicia en lo que consiste la verdadera paz. Trabajar en esa dirección es poner en práctica la Bienaventuranzas base de una sociedad fundada en el compartir, la igualdad y el servicio, la entrega y la solidaridad.

Caminar por la Bienaventuranzas es vivir el Reino de Dios, saborear la alegría y el consuelo de quien hace el bien gozando de la realidad profunda de sentirse hijo de Dios, encontrando fortaleza y valentía para soportar las incomprensiones que una vida recta y noble provoca por ser denuncia al egoísmo, la mentira, la explotación y el afán de tener dinero, honores y poder.

Que la recompensa sea grande en el cielo, no quiere decir que todo será en el más allá. El cielo, la vida eterna, recompensa de la santidad, no sólo indica una vida que dura siempre después de esta vida. Es también una calidad de la existencia presente sumergida plenamente en el amor de Dios, que libera del mal y nos pone en comunión con todos los hermanos y hermanas que participan en el mismo amor.

Fiesta de Todos los Santos, llamada ilusionante a caminar por el camino trazado por Jesús y por el que tantos de nuestra misma condición humana han caminado sembrando el mundo de amor y esperanza. Camino que está abierto a nosotros. Que el ejemplo y la ayuda de los Santos nos animen a caminar por el camino del bien.