III Domingo de Adviento, Ciclo B
Juan 1, 6-8, 19-28: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

¡“En medio de vosotros hay uno que no conocéis”

La oración primera de la Misa de este domingo comienza así: “Estás viendo Señor, como tu pueblo espera con fe la fiesta del Nacimiento de tu Hijo”. Llevamos recorrido un trecho en el camino del Adviento, sin duda, movidos por la esperanza a la que se nos invitaba desde el principio. Ojala sea así.

La Navidad no es sólo celebrar, con fe y alegría, el nacimiento del Hijo de Dios. Es un serio compromiso que nos afecta a todos los creyentes. Es una seria sacudida que nos despierte de una fe rutinaria a una más personal. Un suscitar una seria conversión con una firme decisión ante la interpelación radical del Evangelio. Se puede pensar que el cristiano perfecto es un hombre o una mujer que conoce la doctrina cristiana, recibe los sacramentos y ajusta su vida a una moral intachable. Pero, es fácil que no se preocupe nunca demasiado de replantearse su fe, y de testimoniarla y contagiarla a los demás.

Todo creyente que toma en serio su fe se convierte en testigo de Jesús. No puede escuchar con hondura la Buena Noticia de Jesús, sin sentir la necesidad de comunicarla. Ha de ser como el Bautista, que “vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe”. El testimonio no consiste sólo en hablar de Dios, de Jesús, hay que ser y ser alguien creíble. Jesús envía a los suyos a “ser testigos hasta los confines del mundo” (Act 1, 8). El cristianismo no se comunica del mismo modo que se comunica un sistema intelectual, sino según el modo como se transmite la vida. La vida no puede proceder más que de la vida, un viviente es engendrado por otro viviente.

Ser testigo de Jesús es ser hombres y mujeres que creen en lo que El creyó, defienden la causa que El defendió y viven como El vivió, lo que requiere un verdadero y serio conocimiento de Jesús.

Hablamos mucho de Jesús y lo hacemos desde un conocimiento reducido al recuerdo vago de unos relatos más o menos llamativos que venimos oyendo desde niños que han proporcionado un conocimiento pueril y anecdótico que poco aporta la propia existencia.

“En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis”. Es seria esta advertencia del Bautista, pero, por desgracia, realidad en muchos cristianos que se han quedado en lo que adquirieron cuando niños. En el mismo plano de esta advertencia del Bautista está lo que recordaremos en los días navideños: “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11), y “no encontraron sitio en la posada” (Lc 2, 7). La Navidad es todo un reto para el creyente, para revisar su conocimiento de Jesús cercano a nosotros, porque es como nosotros menos en lo que nos degrada, el pecado (cfr. Hbr 4, 16).

Una fe seria y responsable es fruto de un conocimiento mejor de la persona y la obra de Jesucristo, de todo lo que puede significar de interrogante, interpelación, promesa y gracia para el hombre de todos los tiempos. Una “experiencia vivencial”, un acoger su Palabra, un dejarnos invadir por la acción del Espíritu, y no aturdirnos con un activismo, es el camino para ese conocimiento. Experimentar su poder salvador y su gracia viva requiere “estar con Él”. Cuando Jesús eligió a sus primeros discípulos, lo hizo “para que fueran sus compañeros y luego enviarlos a predicar” (Mc 4, 15). Primero “estar con Él”.

Este es un paso importante en el camino del Adviento, para que, como pedimos en la oración de la Misa de este domingo, “lleguemos a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”.