Solemnidad. Natividad del Señor
Lucas 1, 26-38: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“La gloria del Señor los envolvió de claridad”

La liturgia de Navidad aplica a la encarnación del Verbo el siguiente texto del libro de la Sabiduría: “un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado” (Sab 18, 14-15).

Navidad son días en que las calles se llenan de luces y de estrellas, se plantan árboles navideños y se instalan belenes. Días en que se reúne la familia, se comparte la alegría y la mesa, se intercambian deseos de paz y de bien a todos. Todo nos habla de luz y de alegría, de sencillez y ternura, de amabilidad y buenos deseos y, sobre todo, de fiestas.

La Navidad encierra un profundo secreto que se nos puede escapar distraídos por tanta luz y bullicio de villancicos: “La palabra todopoderosa se abalanzó sobre el país condenado”.

Navidad es luz que resalta los grandes interrogantes que atenazan a la humanidad. Entre tanta luz, tantas palabras de alegría y felicidad laten interrogantes que nos angustian: ¿Por qué tanto dolor cuando ansiamos la felicidad? ¿Por qué tanta violencia y explotación cuando queremos paz y respeto? ¿Por qué tanta marginación y vejación creciendo constantemente el número de los que sufren de manera inhumana? Interrogantes que ponen de manifiesto que vivimos en un mundo convulso.

Estos interrogantes, en cierto sentido, apuntan a Dios, le preguntamos a Él, y parece que Dios guarda silencio. Pero no es así. En Navidad tenemos una clara y terminante respuesta. Dios ha hablado, “su palabra todopoderosa se abalanzó sobre el país condenado” y “puso si tienda en medio de nosotros”. Dios ha hablado y no con palabras bonitas, ni con disquisiciones profundas. Se ha traducido a nuestro lenguaje asumiendo nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencias. “Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). Se hace uno de nosotros para vivir Él mismo nuestra aventura humana. Entra en nuestra vida y la comparte plenamente. Desde este misterio de amor que nos desborda, es posible ya vivir con esperanza, porque con El podemos caminar hacia la plenitud.

Navidad es una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la verdadera alegría, la solidaridad, la fraternidad apoyados en el amor y la confianza en el Padre que nos da a su Hijo. Si acogemos y saboreamos esta realidad que nos inunda, una esperanza nueva nos alienta porque no estamos perdidos en nuestra soledad, no estamos sumergidos en pura tiniebla, porque “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9,2). Nuestro egoísmo salta en pedazos comprometidos a “llevar una vida sobria, honrada y religiosa… porque El se entregó por nosotros, para rescatarnos de toda clase de maldad” (Tit 2, 13-14). Merece la pena ser hombre, respetando y ayudando a todo ser humano por el hecho de serlo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida.

Toda la liturgia de Navidad es una explosión de bondad y esperanza. Abundan los textos de la palabra de Dios que, como destellos de luz, nos orientan hacia la paz y la felicidad:

“Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2, 11)
“No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido un Salvador” (Lc 2, 11).
“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).

Ante esta manifestación desbordante de amor y salvación, solo cabe la actitud de María, “que guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.” (Lc 2, 20). Así será Navidad. ¡Feliz Navidad!