Solemnidad. Epifanía del Señor
Mateo 2, 1-12: “Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”

Lo que el ángel anunció a los pastores la noche de Navidad, la buena noticia para todo el mundo, lo celebramos, con gozo, en esta fiesta de la Epifanía, la manifestación de la salvación universal de Dios en Cristo, porque “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo” (Efs 3, 6).

Siempre se ha subrayado la iniciativa de Dios, que es quien hace la llamada, a la que responden, con entusiasmo, estos personajes que vienen de lejos. El camino, no exento de dificultades y oscuridades lo recorren con tesón, preguntando cuando se oculta la estrella, coronando con éxito desbordante la gran aventura. El final es desconcertante. Buscaban a un rey: “¿Dónde ha nacido el rey de los judíos?” Vienen con regalos regios: “oro, incienso y mirra”, y encuentran a un Niño con su Madre en una casa sencilla. Ante esta sencillez caen de rodillas en actitud de profunda adoración.

En el Niño descubrieron a Dios, que se había abajado para estar cercano al hombre. Esta actitud inaudita de Dios traduciéndose a lo humano no borra la trascendencia divina. El problema del hombre de hoy no es su incapacidad para creer, sino la dificultad de sentir a Dios como Dios perdiendo ciertas actitudes religiosas ante Dios. La cercanía amorosa de Dios la tomamos, a veces, con cierta ligereza de compañero o colega, desdibujando la línea de la trascendencia del misterio de Dios, que no nos aplasta sino que nos engrandece, porque quien adora a Dios lucha contra todo lo que destruye al hombre que es imagen suya.

Nos fabricamos diversidad de ídolos a quienes rendimos culto buscando seguridad y felicidad, no pasando de un mero pasatiempo fugaz y engañoso. Para adorar a Dios es necesario sentirse de verdad criaturas ante Él, que es lo que somos. Criaturas infinitamente amadas por El. Admirar su grandeza y saborear su presencia cercana que nos libera y dignifica. Reconocer su amor, su entrega sabiendo que en ello está nuestra salvación, contemplando todo ello desde un silencio agradecido y gozoso porque son obras que han salido de sus manos.

Nos cuesta la adoración porque vivimos aturdidos y zarandeados por impresiones pasajeras sin caer en la cuenta de lo que es esencial e importante en la vida. Para adorar a Dios hay que detenerse, en silencio, ante el misterio de Dios, del mundo y de nosotros mismos sabiendo mirar con ojos limpios y con amor.

Solo Dios es adorable. Nada ni nadie son dignos de este reconocimiento, por eso hay que ser libres interiormente para, de verdad, adorar solamente a Dios. Tal adoración nos lleva al compromiso de luchar contra todo lo que deteriora o destruye al hombre y a la naturaleza. Quien adora al Creador respeta y defiende todo lo que tiene vida, criaturas de Dios.

Los Magos son todo un ejemplo de respuesta, búsqueda y adoración. Ofrecen los dones que traen expresión de su adoración, y se sienten transformados en su interior: “marchando a su tierra por otro camino”. Quien se acerca con sencillez y adoración a Dios ese amor lo transforma porque se llena del Dios que se ha encarnado en nuestra vida.