IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 3, 14-21: “El que realiza la verdad se acerca a la luz”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“El que realiza la verdad se acerca a la luz”

Realizar la verdad no es ejecutar una acción, llevar a cabo un proyecto. La verdad no es una cosa a hacer, sino una orientación, una luz. Por eso realizarla es llegar a conformar lo que hago con lo que pienso, digo o acepto.

La afirmación de Jesús: “el que realiza la verdad se acerca a la luz” es la clave de la verdadera conversión, que no es corregir un defecto o arrepentirse de un pecado, sino un cambio sincero de actitud, de manera de vivir para proceder como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este cambio supone una llamada que señala una dirección, un valor que nos arrastra hacia una nueva manera de vivir, sabiendo que hay que orientar toda la existencia en una nueva dirección.

¿Cuál es esa llamada, ese valor, capaz de provocar un serio cambio, de motivar una verdadera conversión?

Es el mismo Jesús quien nos habla de esa llamada, de ese valor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su único Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. El amor de Dios es esa llamada, ese valor que siempre lo tenemos delante de nosotros. San Juan, en su primera carta, afirma de manera contundente: “Dios es amor” (1Jn 4,8). No es que Dios tenga amor hacia nosotros, sino que es amor, por lo que de Dios solo puede brotar amor. El misterio de Dios consiste en amar. Nunca retira su amor a nadie. Dios no nos ama porque somos buenos; nos ama porque bueno es El. Hay más. Dios nos ama tal y como somos, antes de que cambiemos, antes de que seamos mejores, El nos ama. Es el amor plenamente gratuito de un Padre hacia sus hijos.

Dios ama al mundo entero; envía a “su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por El”. Dios está cerca de todo ser humano sea como sea, acompañando a cada persona en sus alegrías y en sus desgracias: “hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45).

Espigar en los evangelios el comportamiento de Jesús con lo seres humanos es descubrir la manera cómo nos ama en concreto Dios, porque como le dijo Jesús a Felipe: “Quien me ve a mí está viendo a mi Padre” (Jn 14, 9). Amor a los pequeños a quienes atrae y acaricia; a los pecadores a quienes acoge con comprensión y cariño; a los enfermos aliviando su dolor desde la cercanía y el trato amistoso; a los que se equivocan procurando reconozcan su equivocación para que cambien; a la mujer, entonces marginada, defendiéndola y no importándole agregarla a sus seguidores; a los que le hieren y maltratan disculpándolos por que no saben lo que hacen.

Dios es así. Jesús llega también a afirmar: “No hay amor más grande que dar la vida por los que ama” (Jn 15,13). Moisés levantó la serpiente en el desierto para que todo el que la mirase quedara curado de la picadura venenosa. “Así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”. Siguiendo la liturgia del Viernes Santo, recojamos la invitación: “Mirad el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo”.

La falta de conversión sincera puede estar en que nos miramos demasiado a nosotros mismos para quitar pecados. Miramos más a las tinieblas que a la luz. Acercarse a la luz, al amor incondicional y gratuito de Dios, es el camino de “realizar la verdad para que las obras estén hechas según Dios”.