Domingo de Pascua: La Resurreccion del Señor, Ciclo B
Juan 18,1-19,42: “Que Él había de resucitar de entre los muertos”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Que Él había de resucitar de entre los muertos”

“Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó, nosotros somos testigos” (Act 3, 14-16). Son palabras de Pedro después de la curación del paralítico colocado en la Puerta Hermosa del templo.

En esta afirmación de Pedro aparece la obra del hombre y la respuesta de Dios. El hombre, movido por resortes inconfesables, mata al autor de la vida, al santo, al inocente. Dios no responde con el ojo por ojo y diente por diente impulsado por el rencor y la venganza. Su respuesta es de amor y de vida: “Pero Dios lo resucitó”.

Celebramos la Pascua de Resurrección y comenzamos la Cincuentena Pascual, días de exaltación de la vida en medio de la cultura de muerte que azota a nuestra sociedad. Celebramos la resurrección de Cristo no mirando al pasado recordando lo que le sucedió al Crucificado, que en un gesto creador del Padre lo levantó de la muerte para introducirlo en la vida plena de Dios. Apoyados en esa intervención de Dios, vivamos la resurrección de Cristo como una experiencia presente que ilumina y renueva su existencia. Cristo está vivo, resucitando nuestras vidas para poder decir como san Pablo: “Ya no soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí ( Gal 2,20)”.

La resurrección de Cristo es un canto a la vida, un apostar por la vida, porque “no quiero la muerte de nadie” (Ez 18,32), dice Dios. Dios no quiere la muerte, es amigo y defensor de la vida. La muerte le hace sufrir hasta el punto de que ha querido experimentarla desde dentro para abrir a la Humanidad un camino hacia la resurrección. El ser humano, desde lo más hondo de su ser, anhela la vida, anhelo ensombrecido por el hecho experimental de la muerte que hace llorar y sufrir, pero que no es capaz de ahogar ese profundo deseo de vida. La resurrección de Cristo es la repuesta contundente a ese anhelo, porque si el morir se debe a nuestro ser creatural, el deseo de vivir es asumido en Cristo resucitado, porque “de hecho Cristo ha resucitado de la muerte, como primer fruto de los que duermen, pues, si un hombre trajo la muerte, también un hombre trajo la resurrección de los muertos” (1Cor 15, 20-21). Resucitar no es revivir, volver a esta vida, sino entrar a gozar de la plenitud de vida en Dios.

Dios resucitó a un Crucificado, y desde entonces hay esperanza de vida a pesar de tanto dolor, sufrimiento y muerte que nos acecha. Vida en plenitud fruto del Espíritu que exhaló Cristo al morir en la cruz (cfr. Jn 19,30), y que se nos comunicó en el Bautismo participando ya de la resurrección de Cristo porque “incorporados a El por una muerte semejante a la suya, ciertamente también lo estaremos por una resurrección semejante” (Rom 6,5).

Caminamos como resucitados cuando nuestro diario vivir no es una cómoda evasión de los problemas ajenos, sino una entrega constante y generosa a los demás. Cuando nuestra vida no es una búsqueda de felicidad, sino un desvivirse por los otros. Cuando nuestra vida no es inhibición egoísta, sino defensa y lucha arriesgada a favor de tantos indefensos y marginados. Cuando, en los detalles pequeños de cada día, apostamos por la vida desde la comprensión, la ayuda y la solidaridad oponiéndonos a todo lo que sea muerte y destrucción. Una vida así es el mejor testimonio de la Resurrección. Antes de subir Jesús al cielo, envió a los suyos a que fueran sus testigos hasta los confines del mundo (cfr. Act 1, 8). Testigos de la vida, y vida vencedora del dolor y de la muerte. Esto es lo que celebramos en la Pascua de Resurrección. Siendo testigos, viviremos la Pascua. ¡Feliz Pascua de Resurrección!