II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
San Juan 20,19-31:
“Y no seas incrédulo, sino creyente”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Y no seas incrédulo, sino creyente”

La fe cristiana se fundamenta en la resurrección de Cristo. Afirma san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria y seguís en vuestro pecado” (1 Cor 15,17). Si todo hubiera terminado en el Calvario, se habría bajado el telón para siempre. San Pedro, por su parte, proclama en la mañana de Pentecostés: “Os hablo de Jesús Nazareno… lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó… todos nosotros somos testigos” (Act. 2, 22.23.33).

Si esto es así, la importancia de la resurrección de Cristo es capital para nuestra fe. Los primeros discípulos llegaron a la fe en Jesús resucitado desde la propia experiencia, y su testimonio, solo, no nos basta. Cada uno debe recorrer su propio itinerario hacia el encuentro con el Resucitado. ¿Cómo podremos experimentar la presencia del Resucitado?

Resucitar no es lo mismo que revivir, que sería volver, después de muerto, de nuevo a la vida terrena. Resucitar es entrar en la plenitud de la vida de Dios. Como Tomás, que quería ver y palpar la señal de los clavos y la herida del costado, queremos, también nosotros, verificar el hecho de la resurrección de Jesús como algo sensible y demostrarla como una realidad científica. La equivocación de Tomás quedó subsanada por la acción del Resucitado que, con comprensión y afecto le dice: “No seas desconfiado, ten fe”. La respuesta de Tomás ha quedado como paradigma de una fe sincera: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús afirma: “Dichosos los que tienen fe sin haber visto”. ¿Cuál puede ser hoy nuestra experiencia de Jesús resucitado?

El camino es el itinerario que Jesús trazó para acercarse a nosotros. Para Jesús no somos meramente una cosa, algo, sino alguien con nuestra inconfundible individualidad. Como buen Pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre (cfr. Jn 10). María Magdalena se encontró con el Resucitado cuando la llamó por su nombre: “María”. Jesús sabe nuestro nombre, lo pronuncia. Para escucharlo necesitamos buscarle porque no podemos vivir sin él: “Si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto que yo lo recogeré” (Jn 20,21).

Jesús está cerca de nosotros identificándose, de manera singular, con los hambrientos, con los sin techos, con los encarcelados, los enfermos, los que sufren (Mt 25). Acercarse a los “más humildes”, compartiendo su situación angustiosa, y ayudándoles a superarla, es momento privilegiado de encuentro con el Resucitado porque vivimos una vida limpia de egoísmos e incomprensiones.

En medio del fracaso y de los momentos tristes de la vida, como les pasó a los discípulos de Emaus, “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24, 16). Se sinceraron con Él, no importándoles manifestar su decepción y fracaso, ofreciéndole acogida y hospitalidad compartiendo lo que tenían. En el partir el pan le reconocieron, y su vida cambió. La Eucaristía, vivida como celebración, ocasión inmejorable para el encuentro con el Resucitado y los hermanos.

Jesús dijo: “donde dos o más se reúnen en mi nombre, en medio de ellos estoy yo” (Mt18, 20). La comunidad como ámbito de vivir y potenciar la fe, porque difícilmente se puede vivir de manera individualista. Más aún, el mandamiento de Jesús: “amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12) exige esa dimensión comunitaria, testimonio vivo del seguimiento de Jesús.

Son caminos o momentos para la experiencia del Señor Resucitado y por lo tanto de sentirse afectado por el acontecimiento de la Resurrección. De esa experiencia brotará, como fruto pascual, la paz: “Paz a vosotros”, el saludo del Resucitado a los suyos, y el mayor anhelo del ser humanos. Con la paz el perdón: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados”. No esperemos demostraciones y pruebas científicas, sino el encuentro con Jesús resucitado, desde la sencillez de la vida y la acogida del don de Dios, lo que nos hará experimentar la fuerza y la luz de la Pascua.