XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5,21-43:
“Salió fuerza de Él”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Salió fuerza de Él”

Los evangelios recogen muchos relatos de milagros realizados por Jesús. ¿Cuál es la intención de los evangelistas al narrarlos? Muchos afirman que, principalmente, para probar la divinidad de Jesús. Hay, también otra intención de estas narraciones. En una ocasión, los fariseos piden a Jesús una señal que les saque de sus dudas. La respuesta de Jesús fue tajante: “¿Por qué busca una señal esta gente de ahora? Os aseguro que a esta gente de ahora no se le dará señal alguna” (Mc 8, 12). Pero es el mismo Jesús quien, en otra ocasión en que le acusan de magia por curar a un endemoniado ciego y cojo, afirma categóricamente: “Si yo echo los demonios con el espíritu de Dios, señal de que el Reinado de Dios ha llegado a vosotros” (Mt 12, 28). Los milagros son las señales de la presencia del Reinado de Dios en el mundo, porque el poder del bien triunfa sobre el poder del mal.

En la mentalidad de aquel tiempo, las enfermedades, los males, la marginación, eran señales de la presencia del Maligno. Por eso, los hechos prodigiosos de Jesús expresan que ya hay en el mundo Alguien que es más poderoso que el Maligno. Cuando los evangelistas nos hablan de un milagro, en realidad de lo que hablan no es tanto del hecho sorprendente, cuanto de la presencia del Reinado de Dios, del amor de Dios, entre los hombres. Ante tanto mal como nos angustia, tantas situaciones de injusticias, los seguidores de Jesús ¿somos presencia del Reinado de Dios en el mundo?

Presencia que se concreta en cada caso. La hemorroisa era una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad. Impura ante sus propios ojos y ante los demás, intocable y frustrada, ignorada y solitaria perdida en el anonimato de la multitud. Para Jesús todas esas barreras que marginaban a la pobre mujer no existen. Se deja tocar, la mira con amor y ternura devolviéndole la salud que los médicos no habían conseguido: “Hija… vete en paz y con salud”, liberándola de la ignominia, sacándola del anonimato recuperándola a su ser auténtico de mujer. En aquella sociedad judía donde el varón daba gracias a Dios por no haber nacido mujer, no era fácil entender la postura de Jesús, acogiendo a todos y estando cercano sin discriminación. El Reinado de Dios se hace presente indicando cómo han de actuar los seguidores de Jesús para dignificar a tanta pobre gente postergada. Los cristianos no hemos sido capaces todavía de sacar todas las consecuencias que se siguen de la manera de proceder de Jesús.

En el caso de la hija de Jairo, el Reinado de Dios habla fuertemente de que Dios quiere la vida. El hecho de la muerte es incuestionable como consecuencia de nuestra finitud. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la nada. La muerte no puede ser la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre. Por eso Jesús coge de la mano a la niña muerta diciendo: “contigo hablo, niña, levántate”. Descorre el velo del enigma de la muerte abriendo el horizonte a la esperanza de una vida en plenitud, porque “Dios no es una Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 20,38).

Hay una muerte que no es consecuencia de la finitud del ser humano, sino fruto de la pérdida de los valores fundamentales que han de estar presentes en la vida y convivencia de los humanos. Estamos inmersos en una cultura de la muerte. El “levántate” de Jesús es una clara llamada a defender toda vida en cualquier momento de su existencia.

En ambos milagros la fe humilde que suplica por boca del padre de la niña y por el gesto de la mujer tocando el manto de Jesús, es el detonante del hecho sorprendente, y el modelo de acercarse a Jesús para dejarnos afectar por la fuerza transformadora del Reinado de Dios.