XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:
“Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”

El lavarse las manos antes de comer, de que nos habla el evangelio de este domingo, no es una norma elemental de higiene. Para los judíos era un ritualismo, con cierta carga religiosa, porque el contacto físico con ciertos animales y cosas contaminaban de impureza que producía un apartamiento del Señor, y la purificación un acercamiento o santificación. Todo se quedaba en la esfera de lo material, en lo puramente externo. Los profetas atacan este principio declarando auténtica pureza o impureza la interna, la del corazón.

Los fariseos ven que los discípulos de Jesús no observaban esas prácticas ritualistas se quejan a Jesús y se lo echan en cara. Jesús se declara contrario a estas prácticas, tolera que sus discípulos las quebranten y El mismo no las toma en cuenta proponiendo un nuevo principio de pureza o impureza: “Nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

Aquí está el secreto de una verdadera transformación. Ante Dios podemos adoptar una postura de cierta indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Acostumbrados a vivir la fe y la religión como una práctica externa o una tradición rutinaria, poco puede hacer en lo íntimo del corazón de la persona. De aquí la queja de Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”.

Por otra parte olvidamos que no es posible una nueva sociedad más justa y solidaria sin una transformación interior del hombre, sin un esfuerzo real de cambio de actitudes que generen una distinta manera de proceder. Las estructuras, las instituciones, los pactos políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre, si no hay un esfuerzo personal para cambiar nuestras posturas. El deterioro moral de nuestra sociedad, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida social, motivadas por factores diversos, tienen su origen último en el corazón de las personas. Jesús lo advierte claramente: “Las maldades salen del corazón del hombre”. Nos equivocamos si queremos un verdadero cambio social sin reconvertir nuestro corazón a posturas de mayor justicia y equidad, dispuestos a abandonar situaciones de privilegios y a compartir, de verdad, los bienes, sobre todo con los más necesitados.

Para este cambio de corazón hay que superar el culto vacío que honra a Dios con los labios mientras el corazón está lejos de El. Hay que acentuar el amor y la fidelidad interior a la voluntad de Dios, y abrir más el corazón a la fraternidad superando todo egoísmo, sin miedo a un compromiso serio y sin amedrentarse ante las posibles exigencias para conseguir un corazón nuevo. No podemos nadar y guardar la ropa. Se nos pide una revisión constante de nuestra actitud religiosa y creyente para verificar la validez y autenticidad de nuestro ser cristiano. No nos quedemos en lo externo, en el ritualismo. Vayamos al corazón que es de donde sale lo bueno y lo malo en nuestro obrar. No es extraño que Jesús, al comenzar su actividad pública insista, con todo interés, en la necesidad e importancia de una verdadera conversión, de un cambio sincero del corazón.