XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30:
“Una cosa te falta....”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Una cosa te falta....”

La pregunta del que corriendo salió al encuentro de Jesús es francamente práctica. No pregunta por esta vida, la tiene bien asegurada, era un hombre muy rico. Lo que quiere es que la religión le asegure la vida eterna, como si la vida del más allá se pudiese comprar con la riqueza de este mundo.

Esta manera de pensar no es solamente de aquel entonces. También se da entre nosotros pues pensamos que la religión, la relación con Dios, es para asegurarse una vida feliz después de la muerte. Jesús, desde el comienzo de su predicación, habla claramente del Reino de Dios, y se refiere no al más allá, sino a una manera nueva de vivir en este mundo donde no haya exclusiones de nadie, ni explotaciones, sino que se den unas circunstancias en las que reine la justicia, la paz, el respeto mutuo, la fraternidad puesto que todos somos hijos de un mismo Padre.

Jesús se complace en aquel hombre que cumple fielmente los mandamientos “desde pequeño”, y le mira con cariño tratando de orientarlo en la dirección de sus seguidores: “Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. Ya no es lo primordial asegurar la felicidad en el más allá. Es tener un estilo de vida para entrar “en el Reino de Dios”, es decir, vivir siguiendo a Jesús para hacer realidad en este mundo su Reino.

Una de las dificultades más grandes que tenemos los humanos para vivir el estilo de vida de Jesús es la “enfermedad del dinero”. Enfermedad silenciosa que tiene como objetivo prioritario el dinero y lo que el dinero puede dar, porque el dinero se convierte en lo más importante de la vida, endureciéndose el corazón, y la codicia se apodera de la persona aunque se disimule con apariencias respetables. El dinero en sí no es malo. Es necesario para vivir. Se hace nocivo cuando domina nuestra vida y nos empuja a estar obsesionados por tener siempre más y más, cayendo en un vacío interior, en un trato duro con los demás y con el temor de que un día no se pueda conseguir todo lo que se ambiciona.

Jesús llama a un cambio muy claro: dejar de ser egoístas para vivir una vida más desinteresada y fraterna en la que uno se ve a sí mismo en función de los demás. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener más, sino para realizarnos como personas, cumplir una misión creando relaciones fraternales que nos lleven a compartir lo que somos y tenemos con los demás, sobre todo con los más necesitados.

El secreto no está en despreciar el dinero, sino en saber darle su verdadero valor. La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de manera limpia y digna, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y saberlo compartir de verdad.

El rico del evangelio, a pesar de que cumple los mandamientos, no sabe entrar en el proyecto divino, que es misericordia, solidaridad: “vende lo que tienes y dáselo a los pobres”, que es esperanza en la vida sin fin: “y tendrás un tesoro en el cielo”, que es conformarse con Jesús: “luego, ven y sígueme”.

El final del episodio evangélico es triste. Aquel hombre, ante la propuesta de Jesús “frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. Jesús se queja amargamente: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. El dinero le había quitado a aquel joven la libertad para iniciar una vida más plena. Pensamos que tener dinero es una gran suerte, y sin embargo es un problema, pues fácilmente nos cierra el paso a una vida más humana que nos introduce en el Reino de Dios.