XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha echado más que nadie”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
Dos posturas respecto a los bienes que poseemos aparecen en
el evangelio de este Domingo: los que dan de lo que les sobra y los que dan lo
que tienen para vivir.
Dar de lo que sobra supone pensar principalmente en la propia felicidad
preocupados de satisfacer con seguridad los propios deseos, y los demás quedan
francamente lejos. Instalados en el mundo del bienestar y comodidad, es difícil
entender la necesidad y el sufrimiento de los otros, aunque se intente conservar
la ilusión de que hay todavía un corazón humano y compasivo porque se desprende
uno de lo que le sobra, de lo que le estorba, de lo que ha pasado de moda.
Dar lo que uno tiene para vivir es olvidarse de uno mismo y estar más atento al
otro. No es dar sólo lo que se tiene, sino lo que se es porque se valora a la
persona en sí misma olvidándose de lo que pueda o no tener. Se rompen las
barreras de unos bienes que no están bien repartidos. Se considera a la persona
no desde fuera, viéndola como un objeto, sino de verdad, atentos a sus
necesidades y problemas. No se pone la felicidad en tener más y más pensando en
que lo importante es el dinero, es prestigio, el salir adelante, el tener las
espaldas bien cubiertas. Tiene más importancia la sensibilidad ante las
situaciones de los demás, la sintonía, el amor, la ternura, el servicio
generoso, la ayuda desinteresada, el sentido gratuito de la vida. La grandeza de
la vida está en la capacidad de servir y ayudar a los demás a ser más humanos,
sabiendo que el hacer algo gratis por los demás es la mayor riqueza que se puede
acumular. La viuda sabe dar todo lo que tiene porque pasa necesidad y comprende
desde su experiencia dolorosa las necesidades de los demás. Instalados en el
pequeño mundo de bienestar y comodidad, es difícil entender el sufrimiento de
los otros.
Siempre, y también hoy, tiene actualidad el mensaje evangélico. Vivimos en un
mundo globalizado en el que las diferencias sociales son abismales. Las barreras
son infranqueables: países ricos, países pobres; primer mundo, tercer mundo. Los
que tienen y pueden dan algo de lo mucho que les sobra, como suele pasar cuando
hay una gran catástrofe volcándose puntualmente con una ayuda que dicen
humanitaria. Pero las barreras de la pobreza, el hambre, la falta de cultura y
promoción siguen en pie cuando no se hacen más reforzadas.
Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas, y no
sólo a las que no tienen nada, las del tercer mundo, porque les falta lo
indispensable para salvaguardar su dignidad, sino también a las que tanto
tienen, las del primer mundo, porque la demanda de reconocimiento, de
dignificación, de afecto, ternura que late en todo ser humano queda ahogada por
un uso bien distorsionado de los bienes de este mundo. Lo que pasa a nivel
general, se da también a nivel particular porque no acabamos de comprender que
la felicidad no está en el tener gozar, sino en el estar abierto a los demás
dejando que su necesidad llegue a nuestro corazón.
Una de las aportaciones más valiosas del evangelio al hombre de hoy es la de
ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de esta sociedad enferma por
el afán de poseer y minada por una corrupción tan descarada. La mirada de Jesús
se fija siempre en los hombres y mujeres que saben vivir el amor de manera
limpia y generosa. Su mirada se detiene en la pobre viuda que echa una cantidad
insignificante, “lo que tenía para vivir”. La alabanza de Jesús es aleccionadora
y una clara invitación a dejar a un lado el dar de lo que nos sobra y estorba, y
abrir el corazón a darnos con generosidad.