II Domingo de Navidad, Ciclo C.
San Juan 1,1-18: “La Palabra se hizo carne, acampó entre nosotros”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
El evangelio de este domingo del tiempo de Navidad
probablemente es un himno cristológico de las comunidades cristianas del Asia
Menor donde se escribió el cuarto Evangelio. Juan no relata el nacimiento de
Jesús, sino que proclama la encarnación de la Palabra creadora y eterna de Dios,
que es Cristo Jesús: “La Palabra se hizo carne, acampó entre nosotros.”
La Palabra, expresión y signo de la revelación de Dios. Comunicación, diálogo
porque “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata
con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (D V 2).
Desde el principio Dios está muy cerca del hombre por amor. Ya en el Génesis se
nos habla de esa cercanía por medio de imágenes: Dios modelando con sus manos al
hombre de arcilla del suelo (cfr. Gen 7, 7); paseando por el jardín a la hora de
la brisa (cfr. Gen 3, 8). Cercanía que no se interrumpe a pesar de la rebeldía
del hombre. El hombre se aleja de Dios, huye, se esconde, pero Dios le busca con
amor: “Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?” (Gen 3, 9).
Cercanía que supone conocerse, fundamento de toda relación; relación no sólo
intelectual sino vivencial, de donde nacerá una verdadera amistad que marca toda
la existencia. Por medio de la palabra nos manifestamos, expresamos nuestros
sentimientos, afectos e inquietudes; buscamos la verdad y la luz, mediante el
diálogo, que nos orienta en la vida; sentimos la compañía que nos llena y nos
sostiene en todo momento. Dios se ha hecho accesible en la fragilidad al poner
su tienda entre nosotros. Ya no es lejano ni está escondido, se nos ha
manifestado en nuestro lenguaje humano: “La Palabra se ha hecho carne”.
Celebrar la Navidad es reconocer que no estamos viviendo en la tiniebla, porque
Dios nos ha iluminado con su Palabra, con su Verdad tan necesaria en este
nuestro mundo tan confuso y contradictorio. “Ella contenía vida, y esa vida
brilla en las tinieblas… La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre, estaba
llegando al mundo”. Llegó en la noche gozosa de Belén en una claridad que
envuelve y se hace Buena Noticia, y sigue irradiando luz y calor.
Palabra que nos interpela, pudiendo acogerla con sencillez y gratitud como
María: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38); o, por el contrario cerrando
los oídos y el corazón al amor que se nos comunica: “Vino a su casa, pero los
suyos no la recibieron”.
Somos invitados a dejarnos llenar de esa Palabra que Dios envía a nuestras
vidas. Si la aceptamos de verdad y con sencillez, viviremos en la luz que
orienta y es vida, llegando a ser hijos de Dios creciendo en el amor y la
esperanza.
“Acampó entre nosotros”. Jesús, Palabra viviente del Padre, será ya el lugar de
encuentro entre Dios y los hombres, y nos ayudará al encuentro entre nosotros
los humanos, porque todos somos hijos de Dios. Ya no hemos de buscar a Dios sólo
en los lugares sagrados, sino, sobre todo, en la vida, entre el pueblo, en el
hermano, en el pobre y marginado.
La luz de la Palabra hecha carne, limpia de verdad el corazón, pudiendo así ver
a Dios en los acontecimientos de la vida, y sobre todo en el hermano, por
aquello de que “los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8), “contemplando su
gloria: gloria del Hijo único del Padre, lleno de amor y lealtad”, que es la
salvación.