II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Juan 2, 1-11:
“En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

La escena evangélica de este domingo se sitúa en una boda que se celebra en Caná de Galilea. Precisamente los protagonistas no serán los novios, sino Jesús y su madre María. El relato termina: “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestando su gloria, y creció la fe de sus discípulos”. Esta es la intención primera y última del relato.

Los milagros de Jesús, como los relata san Juan, no son una demostración del poder de Dios, sino que tienen un significado mostrando el sentido de lo que anuncia Jesús con su vida y su palabra.

En esta boda llegó a faltar un elemento indispensable en toda celebración festiva: “No les queda vino”. Falta el vino, signo de alegría y símbolo del amor como aparece en el Cantar de los Cantares. Situación embarazosa superada por el vino nuevo aportado por Jesús: “Has guardado el vino bueno hasta ahora”.

La conversión del agua en vino, vino generoso y abundante, tiene un significado: Jesús da abundantemente la alegría de vivir, que esto significa el vino. Jesús, como El mismo dice, vino a este mundo “para que tengamos vida y la tengamos abundante” (Jn 10,10). Lo que se proclama en este milagro es la comunicación de vida. Jesús es la Vida, está con nosotros, convive con nosotros. El vino abundante siempre fue imagen del tiempo de la salvación, que ha llegado en Cristo, don que nos viene en su persona.

No se trata de un cuantitativo más, sino de un cualitativo mejor. Sirve el mejor vino quien de verdad quiere llenar el corazón y la vida del hombre de verdad, paz, gozo y amor. Nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones, ni expresado mejor que Jesús las inquietudes e interrogantes del ser humano. Nadie como Él ha despertado tanta esperanza, ni ha comunicado una experiencia de Dios, sin proyectar sobre Él ambiciones, miedos e intereses. Nadie se ha acercado al dolor humano de manera tan honda y entrañable como Él. Nadie ha estado más cerca de los desheredados, y ha revindicado con mayor fuerza y claridad los derechos de los hombres.

Más de dos mil años nos separan de Jesús, pero su persona y su mensaje siguen atrayendo a hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. El paso del tiempo no ha borrado su fuerza seductora ni ha amortiguado el eco de su palabra. Nadie como Él ha sido tan criticado y perseguido. “Será una bandera discutida”, dijo ya el anciano Simeón (Lc 2, 35).

Jesús puede ser hoy, en este mundo tan desconcertado, fermento de nueva humanidad. Puede inspirar caminos más humanos mientras buscamos el bienestar ahogando el espíritu y matando la compasión. Despertar el gusto por una vida más humana en personas vacías de interioridad, pobres de amor y necesitadas de esperanza.

No nos importe presentarle nuestras “tinajas vacías”. Siguiendo la indicación de María: “Haced lo que El os diga”, hemos de cooperar, hacer lo poco y pequeño que podamos en la vida diaria: trabajo, descanso, convivencia familiar y social, amor, sufrimientos con espíritu de fe y esperanza. El, con su amor, lo transformará en un vino generoso y abundante que podrán degustar quienes se acerquen a nuestras vidas.