VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 6, 17. 20-26:
“Dichosos los pobres…. ¡Ay de vosotros los ricos!”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

Todos los seres humanos llevamos en lo más profundo de nuestro ser un deseo insaciable de felicidad. Queremos y buscamos ser felices.

Qué es la felicidad y cómo conseguirla, son dos preguntas a las que no sabemos dar una respuesta clara. Muchos confunden la felicidad con el bienestar. La felicidad incluye el placer, pero no es equivalente a una vida de sólo placer. Menos si se trata de la búsqueda obsesiva del placer por el placer instantáneo, egoísta, centrado en uno mismo, lo que, en última instancia, llega a frustrar a la persona.

Equiparando la felicidad con el bienestar, se piensa que lo decisivo para ser feliz es tener dinero para comprar cosas, y poseyendo cosas adquirir una posición llegando a ser alguien en la sociedad y pasarlo bien.

La felicidad es un estado de ánimo caracterizado por dotar a quien lo posee de un enfoque del medio positivo, de un equilibrio emocional, del quehacer responsable. La felicidad brota de dentro y no se apoya en cosas de fuera.

El Evangelio es Buena Noticia, una oferta de felicidad, por eso ser cristiano es sentirse llamado a ser feliz descubriendo, en Jesús, el verdadero camino de la felicidad. Camino muy diferente al que nos ofrece la sociedad en que vivimos. Según Jesús es mejor dar que recibir, servir que dominar, compartir que acaparar, perdonar que vengarse, crear vida que explotar.

La formulación de la Bienaventuranzas es paradójica: Dichosos los pobres, dichosos los que tienen hambre, dichosos los que lloran, dichosos los perseguido y odiados. ¿Es que las Bienaventuranzas son una apología de la miseria, del dolor y de la persecución como instrumentos de purificación del alma para llagar al cielo? Si fuera así tendrían razón los que dicen que el cristianismo es el opio del pueblo.

La Bienaventuranzas no tienen nada que ver con una purificación del alma, ni con una pasividad y resignación fatalista. Son un serio compromiso personal y efectivo con la pobreza y con el sufrimiento humano; una opción por la honradez y la justicia aún a riesgo de la persecución; un apostar por la paz, el amor y la fraternidad entre todos los seres humano para lograr una sociedad marco de una vida digna y feliz.

En el texto de san Lucas a las Bienaventuranzas se oponen las maldiciones contra los ricos, los satisfechos, los que ríen y los que son aplaudidos. No se trata de condenar a quienes están bien, son honrados, y con su trabajo han logrado cierta posición en la vida. Se condena la explotación que deja al borde del camino a más de uno; el egoísmo de quien sólo piensa en su propio bienestar; la indiferencia de los satisfechos en medio de tantos como viven en la miseria.

Necesitamos un profundo cambio para seguir el camino de Jesús. Queremos ser felices. Hemos alcanzado metas que parecían inalcanzables, pero no hemos conseguido satisfacer el anhelo más profundo del ser humano. Vamos tras las cosas y las apariencias, y somos unos pobres necesitados, que para lograr cierto bienestar somos capaces de mentir, defraudar, enfrentarnos unos a otros. Este no es el camino de la felicidad. ¿Por qué no intentar ir por el que nos traza Jesús? El nos lo propone, va delante, y si nos decidimos, irá con nosotros.