I Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 4,1-13:
“Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

El protagonista de esta cuarentena no es tanto Jesús, como el Espíritu que es quien le conduce por el desierto. Siempre el Espíritu, que es quien cubre con su sombra a María concibiendo en su seno. El Espíritu quien unge a Jesús y le envía para “dar la buena noticia a los pobres…” (Lc 4, 18). El Espíritu quien “nos hace testigos de Jesús… hasta los confines del mundo” (Act 1, 8).

La Cuaresma, tiempo para renovar nuestra vida cristiana, no porque hacemos penitencia por nuestros pecados, esto sería sólo derribar un edificio viejo, sino porque, guiados por el Espíritu, nos convertimos de todo lo que en nuestro comportamiento se contradice de la vida nueva recibida en el Bautismo. En palabras de san Pablo es “ganar a Cristo e incorporarme a ÉL” (Fili 3,9). Adentrarse en la Cuaresma, es hacer esta experiencia de desierto como obra del Espíritu que tenemos que secundar con gratitud, ilusión y esperanza.

El desierto es una experiencia de conversión, de comunicación con Dios y de lucha contra los elementos hostiles que obstaculizan la fidelidad a la vida nueva bautismal. La Cuaresma es un camino a recorrer, cuya meta es la Pascua, triunfo de Cristo sobre el mal y el pecado, renovando las actitudes fundamentales que nos hacen caminar en la vida “con un estilo nuevo” (Rom 6,4).

Las tres tentaciones de Jesús son una realidad presente origen de comportamientos que imposibilitan una verdadera realización como persona. Causas determinantes de situaciones de confrontación e injusticias, y de desviación del verdadero camino de la fe.

“Dile a esta piedra que se convierta en pan”. Reducimos el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos empeñados en convertirlo todo en pan. El mayor interés es consumir cosas, espectáculos, comida, y hasta el mismo amor convirtiéndolo en mera satisfacción y técnica sexual. Buscar el placer más allá de los límites de la necesidad va en detrimento de la vida y de la convivencia. Falseamos la vida y la empobrecemos por reducir todo a mera utilidad y provecho, luchando por satisfacer nuestras apetencias aun a costa de los demás.

“No sólo de pan vive el hombre”. Hay que liberarse de actitudes hedonistas de búsqueda del placer por encima del deber, del servicio y del compromiso, para detectar en nosotros el amor y la generosidad, escuchando a Dios que nos llama a crear solidaridad, amistad y verdadera fraternidad.

El afán de poder y honores nos acecha continuamente. “Te daré el poder y la gloria de todo eso… si tú te arrodillas delante de mi”. Es la segunda tentación que nos ofrece lo imposible, pero que despierta ese afán de renombre y poder, que se anida en nuestro interior, por el deseo de sobresalir, aparentar y dominar. Ponemos más confianza en las obras de nuestras manos, la técnica, la ciencia, la política…. que en nuestros semejantes y en Dios. Nos creamos ídolos como el dinero, la fama, la influencia, …. vendiéndonos por un plato de lentejas (cfr. Gen 25, 33), y atándonos a esclavitudes que nos impiden realizarnos como personas, constructores de una sociedad mejor.

“Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…. Encargará a los ángeles que cuiden de ti”. Es entender la fe como un seguro de vida a todo riesgo, cálculo mercantil de la práctica religiosa. Es acordarse de Dios como de santa Bárbara, cuando truena, como si la religión fuera para resolver nuestros problemas y desgracias. Dios es nuestro Padre, nos ha hecho responsables y no hará por nosotros lo que nosotros tenemos que hacer. Ya lo decía san Agustín: “Dios quiere que hagamos lo que podamos, que pidamos lo que no podamos y El hará que podamos”. La religión no es un seguro de vida, sino un unirse, por amor, a Dios, cambiando así nuestro corazón, origen de buenas obras.

Jesús sale victorioso de la prueba. Es el camino que se nos invita a seguir, ahora en la Cuaresma como tiempo de reflexión, de silencio, de escucha de la Palabra y de oración, en orden a la conversión. La fidelidad al Espíritu es garantía de éxito.