II Domingo de Pascua o de La Divina Misericordia. Ciclo C.
San Juan 20, 19-31:
“Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

“Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”

La Pascua de Resurrección ha de ser como una ráfaga de luz y un soplo de aire nuevo que sacuda a la Iglesia.

Con una breve pero clara pincelada el texto evangélico de este Domingo nos describe la situación de los discípulos de aquel entonces: reunidos “en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Faltaba Jesús, y sus amigos y seguidores se sienten intimidados, amedrentados y se encierran en sí mismos. Sin la presencia del Resucitado la Comunidad Cristiana se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven “en una casa con las puertas cerradas” Buscan seguridad, pero la cerrazón les impide ver y escuchar lo que pasa fuera. Desaparecen los espacios de encuentro y diálogo con los demás. Crecen los recelos y prejuicios, se paraliza la evangelización bloqueándose los mejores entusiasmos y energías. El miedo lleva a rechazar y a condenar imposibilitando una sincera comprensión y un amor que genere cercanía y aceptación.

Vivimos hoy momentos de clara descristianización cuyos síntomas están bien patentes, lo que hace que la evangelización encuentre un ambiente poco favorable. La Iglesia puede encerrarse en sí misma, en actitud defensiva lamentando y criticando la situación presente. No faltan reuniones, celebraciones, algunas de ellas multitudinarias, planes de pastoral. Pero siempre son los mismos los que se reúnen y celebran. Se ven pocas caras nuevas y menos los jóvenes. Podemos celebrar cosas que la mayoría de los que se reúnen no entienden lo que significan, ni caen en la cuenta de la exigencia que dicha celebración conlleva. Se celebran actos litúrgicos, unas veces como ritos de paso, otras por la inercia de la costumbre. Vivimos con las puertas cerradas.

Hay que dejar entrar al Resucitado a través de tantas barreras que nos aprisionan. Jesús debe ser el centro de nuestras comunidades y grupos. Sólo El es fuente de vida, de alegría y de paz. Necesitamos el aliento del Resucitado y acoger su Espíritu que transforma, fortalece e impulsa como viento de vida. Necesitamos, también, que entre el ruido y el polvo de fuera, que será lo que el hombre de hoy necesita y busca, lo que hará que la acción de la Iglesia no sea de pura conservación, sino una nueva evangelización en su ardor, como apostolado comprometido, lleno de entusiasmo y vitalidad porque se vive la verdad del Evangelio. Nueva en sus métodos, porque los tiempos cambian y los retos y desafíos para el anuncio de la Buena Noticia son distintos, haciendo más asequible la presentación de la fe a los hombres y mujeres de hoy. Nueva en su expresión, porque la fe es vida. De ahí que en cada cultura y época histórica, la vivencia del único Evangelio de Jesús se concretice de manera propia con sus acentos y particularidades, sin menoscabo alguno del mensaje revelado.

La presencia del Señor Resucitado deshace los miedos, trae la paz y llena de alegría. Una presencia no para quedarse ensimismados, sino que impulsa a transmitir lo que se ha vivido y experimentado. Para ello el Resucitado exhala su aliento y comunica su Espíritu renovador del perdón y reconciliación, reavivando el ser cristiano.

El Señor Resucitado se hace presente cuando los discípulos están reunidos. La Comunidad Cristiana es el ámbito seguro de ese encuentro. Tomás no estaba presente. No se encontró con el Señor, ni tampoco dio crédito a lo que afirmaban sus compañeros: “Hemos visto al Señor”. El incrédulo Tomás se rinde ante la evidencia del Resucitado cuando está con la Comunidad. Ya no necesita las pruebas que antes exigía, ver y tocar. Lección que no hemos de olvidar, si de verdad queremos encontrarnos con el Señor Resucitado.