V Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 8,1-11:
“Que os améis unos a otros como yo os he amado”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Para san Pablo vincularse a Cristo por el bautismo (cfr. Rom 6,3), es “revestirse de la nueva condición creada a imagen de Dios, con la rectitud y santidad propias de la verdad” (Efs 4,24). Es vestirse, llegar a ser el hombre nuevo (cfr. Col 3,10), despojándose del hombre viejo.

El mismo san Pablo es quien, en la carta a los colosenses (3, 9-17), traza el perfil de hombre nuevo que ha de irse construyendo. Perfil que se puede resumir en el mandamiento nuevo que Jesús nos deja antes de morir: “amaos unos a otros como yo os he amado”.

La novedad del mandamiento de Jesús está en su modelo frontal: el amor del Padre al Hijo: “el Padre ama al Hijo” (Jn 3,35)”; en su medida práctica: el amor que Cristo nos tiene: “como yo os he amado”; en que se constituye en señal inequívoca del ser discípulo: “en esto conocerán que sois discípulos míos”.

El mandamiento del amor que nos da Jesús no es imposición de una ley exterior, sino consecuencia del amor gratuito de Dios: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó su Hijo único” (Jn 3, 16). Dios nos ama, ama al mundo. No condena, no excluye a nadie, no abandona a nadie en ninguna circunstancia. Dios nos ama, ama al mundo no porque seamos buenos, sino para que lleguemos a serlo por aquello de “pon amor donde no hay amor y sacarás amor”, como dijo san Juan de la Cruz.

En nuestro mundo hay mucho de injusticia, mentira e indignidad, y Dios quiere salvarlo, cambiarlo para que sea más humano, más digno, más habitable. Por eso la actitud del cristiano, del incorporado a Cristo resucitado, ha de estar marcada por el empeño de hacer la vida más humana y el mundo más habitable, no desentendiéndose de ningún problema serio o situación angustiosa, sufriendo con los que sufren y son explotados y marginados, y haciendo lo que pueda para que la vida sea más llevadera y más humana para todos. Este es el sentido y el contenido del mandamiento nuevo de Jesús. 

Pocas veces se ha hablado tanto del amor y se habrá falseado al mismo tiempo tanto su contenido más hondo y humano. El amor verdadero es un amor desinteresado, que sabe escuchar, comprender, acoger y ponerse al servicio del otro, sin límites ni discriminaciones. Que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad y la felicidad de los demás. Jesús concibe el amor como un comportamiento activo y creador atento a las necesidades de los demás, tratando de hacer todo lo que sea necesario para que salga de su situación angustiosa y pueda vivir como verdadero ser humano. Para ello hemos de amar a los demás sirviéndolos, perdonándolos, dedicándoles nuestra atención y nuestro tiempo, comprendiéndolos en sus penas y alegrías, desterrando de nuestra manera de ser y actuar la soberbia, el menosprecio, el desdén, el desamor y el egoísmo. Si queremos amar como El nos ama, es necesario descubrir, desde su actuación concreta, el modo concreto de vivir el amor.

Todo esto puede parecer una utopía inalcanzable. La presencia viva del Señor resucitado es fuerza que transforma el corazón. Experimentar su presencia, dejar que El actúe es la manera de llagar a ser ese hombre nuevo que se inició en el Bautismo y que tiene que desarrollarse y crecer. Otros muchos, tan humanos como cualquiera de nosotros, han experimentado esta transformación. Y en nosotros, ¿por qué no?