Domingo IV del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor:
Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
- Profeta Jeremías 1, 4-5. 17-19
- Primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 31;
13, 13
- Lucas 4, 21-30
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La liturgia de este domingo y la del domingo anterior nos presentan un
texto del evangelio de San Lucas que narra la escena de Jesús en la sinagoga de
Nazareth:
- En los comienzos de su
actividad evangelizadora, Jesús regresó a su pueblo. En la mayoría de
los casos, estos encuentros con las raíces rezuman sentimientos
positivos: es la alegría de encontrarse con los amigos de la infancia,
volver a ver a los vecinos que nos vieron crecer. En estos encuentros
abundan las anécdotas simpáticas y se recuerdan las inocentes travesuras
de la niñez.
- Pues bien, el regreso de Jesús al pueblo que lo vio
nacer fue problemático y despertó reacciones apasionadas. Podemos decir
que la intervención de Jesús en la sinagoga de Nazareth produjo dos
tormentas: una tormenta como rechazo a la encarnación y otra tormenta
como rechazo a la universalidad de la salvación. Entremos en materia.
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El evangelio que meditamos el domingo anterior nos mostraba a Jesús en el
momento en que lee el texto del profeta Isaías sobre el Ungido del Señor, quien
actúa a favor de los excluidos de la sociedad.
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En el texto evangélico que acabamos de escuchar, continúa la descripción
de esta escena en la sinagoga de Nazareth:
- Después de leer las palabras de Isaías, Jesús hace
una pausa, mira fijamente a sus paisanos y les dice: "Hoy se cumple esta
Escritura que acaban de oír".
- Se trata de una afirmación dura, difícil de digerir:
Jesús les está diciendo que es el Mesías anunciado desde hace varios
siglos. ¿Cómo reaccionó la asamblea?
- En un primer momento expresaron admiración ante las
palabras que salían de su boca, pues Jesús hablaba con elocuencia y con
autoridad. Pero inmediatamente empezaron a circular los rumores: "¿No es
éste el hijo de José?". La referencia a su padre, modesto carpintero
conocido por todos en el pueblo, despojaba a Jesús de su aureola
inicial.
- Los vecinos no podían aceptar que el niño, al que
vieron crecer y jugar por las calles del pueblo, fuera el Mesías
anunciado por los profetas como el Salvador de Israel.
- Para nosotros, educados en una tradición católica,
es natural afirmar que en Jesús se hizo carne el Hijo eterno del Padre.
Pero para los contemporáneos de Jesús, que tenían delante su humanidad y
que conocían a su familia, esta afirmación era inaceptable. Por eso
estalló el conflicto, al que hemos llamado "tormenta como rechazo a la
encarnación".
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La tensión, en lugar de disminuir, aumentó cuando Jesús hizo referencia a
dos acontecimientos de la historia de Israel que les producían incomodidad:
- Jesús les recordó que el profeta Elías, durante la
terrible hambruna que azotó a la región, no fue enviado a ninguno de los
hogares judíos, sino que Dios lo había guiado hasta la casa de una viuda
pagana, en Sarepta.
- También les recordó que el profeta Eliseo había
curado, no a los leprosos del pueblo de Israel, sino a Naamán el sirio
que también era pagano.
- Jesús no estaba diciendo algo sutil que no
comprendieran sus oyentes. Su crítica era demoledora: la salvación no
estaba circunscrita a Israel sino que era una oferta para todos los
pueblos. Prueba de ello eran las actuaciones de los profetas Elías y
Eliseo a favor de unos extranjeros.
- Los asistentes no aguantaron esta segunda
provocación de Jesús y estallaron en cólera. ¿Por qué reaccionaron con
tanta violencia? Ellos siempre se habían considerado los propietarios
exclusivos de la bendición de Dios y estaban convencidos de que el
cumplimiento de la Ley les garantizaba la salvación.