Fiesta de Cristo Rey, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
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Libro II de
Samuel 5, 1-13
o
Carta de San
Pablo a los Colosenses 1, 12-20
o
Lucas 23, 35-43
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Con esta fiesta
de Cristo Rey se cierra el año litúrgico. A través de las eucaristías
dominicales fuimos celebrando los misterios de la vida de Cristo. Hoy celebramos
su exaltación como Señor del universo, que sirve de broche de oro a este camino
litúrgico.
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Pero no se trata
de un rey en el sentido tradicional que nos muestran los libros de historia o
las películas. El evangelio nos presenta a Jesús, rey de los judíos, clavado en
una cruz. Vale la pena destacar el fuerte contraste entre la primera lectura y
el evangelio:
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En la primera
lectura, el rey David es ungido solemnemente por los ancianos de Israel, quienes
lo reconocen como su líder.
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El evangelio, por
el contrario, nos presenta a Cristo, palabra que significa “Ungido”, quien es
condenado a muerte por proclamarse rey delante de Pilatos.
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Impresiona la
comparación de los dos Ungidos: David celebra su reconocimiento triunfal y Jesús
es rey en medio de las burlas de los curiosos que asisten a su suplicio.
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Aparentemente, la
vida de Jesús ha terminado en un estruendoso fracaso. Sobre la cruz hay un
letrero que proclama en latín, griego y hebreo, la causa de su condena: “Jesús
de Nazareth, rey de los judíos”. Este letrero es, al mismo tiempo, una burla y
una verdad contundente, pues Jesús es el auténtico heredero del trono de David.
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Detengámonos
brevemente a analizar las personas que rodean a Jesús:
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Allí estaba el
pueblo que el Domingo de Ramos lo había aclamado cuando ingresó en Jerusalén,
capital religiosa y política de Israel. Seguramente en medio de la multitud se
encontraban personas que sufrían al ver a su admirado profeta en semejante
tormento; igualmente lo rodeaban los curiosos, que se entretenían viendo este
“reality show”; y no podían faltar los enemigos acérrimos de Jesús, que se
sentían triunfadores ante el suplicio de su odiado crítico.
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Los jefes se burlaban de él: “A otros ha salvado; que se
salve él si es el Mesías de Dios”. Para ellos era inconcebible un Mesías
fracasado, pues la tradición judía había cultivado el imaginario de un Mesías
poderoso que restauraría las viejas glorias de
Israel.
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Los soldados
participaban en este rito de burlas; le ofrecían vinagre y lo desafiaban: “Si tú
eres el rey de los judíos, sálvate”. Para ellos, miembros del ejército romano,
el punto de referencia para el oficio de un rey era el poder absoluto del
emperador, señor de vida y muerte.
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Y estaban los dos
delincuentes, que acompañaban a Jesús en la sentencia de muerte: uno de ellos
siguió el ejemplo de los jefes y soldados; el otro reconoció su inocencia.
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Las burlas desafiantes de las que es víctima Jesús
recuerdan la escena de las tentaciones del desierto. Allí el demonio lo instigó
a que manifestara su poder convirtiendo las piedras
del desierto en pan y arrojándose desde el pináculo del templo.
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Jesús se declaró rey una sola vez en su vida, ante el
tribunal de Poncio Pilatos, pero dejó muy claro que su reino no se parece a los
poderes de este mundo: su trono es la cruz, su corona es de espinas, su cetro
una caña, su traje de coronación un manto raído. Nada que ver con la
esplendorosa colección de las joyas de la corona inglesa exhibidas en
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La expresión
“reino de Dios” aparece en los evangelios 122 veces, de las cuales 90 veces
aparece en labios de Jesús:
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Ahora bien, esta expresión
jamás significa poder político. El servicio y no la
dominación es lo que define el nuevo orden que ha venido a instaurar Jesús.
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Él, clavado en la
cruz, que escucha y perdona, que devuelve bien por mal, es la síntesis de la
buena noticia que vino a anunciar. En la cruz nos está mostrando la total
coherencia entre las palabras y los hechos.
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Es hora de
terminar nuestra meditación dominical. Que esta fiesta de Cristo Rey, en la cual
celebramos al Ungido de Dios, al Señor del universo que nos da la suprema
lección de entrega y servicio, nos ayude a purificarnos de nuestras pequeñas
ambiciones y que desterremos de nuestras vidas cualquier intento de manipulación
en las relaciones familiares, en la vida social, en los negocios. Que hagamos
del servicio el principio inspirador de nuestras acciones.