III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
o
Éxodo 17,
3-7
o
Carta de San
Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8
o
Juan 4, 5-42
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Este
encuentro de Jesús con la samaritana constituye uno de los relatos más luminosos
del Nuevo Testamento, pues nos muestra el rostro de un Jesús profundamente
humano quien, con fino sentido pedagógico, conduce gradualmente a la mujer que
encuentra junto al pozo para que acoja la plenitud de la revelación de Jesús
como Mesías. Delicadeza, humanidad y pedagogía son los rasgos que caracterizan
este relato.
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Jesús va
descubriendo el misterio de su persona y de su misión a medida que desarrolla
dos temas: el significado del agua y el verdadero culto a Dios.
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Detengámonos brevemente a analizar la forma como
son presentados los dos personajes del relato,
Jesús y la samaritana:
o
El
evangelista Juan
dibuja dos aspectos de la persona de Jesús, su
dimensión humana y su dimensión divina.
o
Vemos a un
Jesús fatigado por las correrías apostólicas, que se sienta a descansar, tiene
sed y pide agua.
o
También
aparece el aspecto divino de Jesús, que le permite conocer lo que ha sido la
vida accidentada de esta mujer; además Jesús tiene claridad sobre su identidad:
“Yo soy el Mesías, el que habla contigo”
o
La mujer
representa a la región de Samaría, donde se había rendido culto a los dioses de
cinco pueblos representados por los cinco maridos que ella ha tenido.
o
Recordemos
que los judíos y los samaritanos no se hablaban. Los judíos los despreciaban
porque, después de la invasión de Asiria, su población se había mezclado con los
colonos extranjeros. Como reacción al desprecio de los judíos, los samaritanos
construyeron su propio templo en el monte Garizim como competencia al templo de
Jerusalén.
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En esta
catequesis junto al pozo, Jesús va revelando gradualmente su ser y su misión, y
para ello se vale del simbolismo del agua:
o
Para todos
los pueblos, en particular para aquellos que viven en las inmediaciones del
desierto, el agua es el bien más precioso. Tenerla significa la vida; carecer de
ella es sinónimo de muerte.
o
En la
Biblia, el agua simboliza los bienes mesiánicos y
o
Por eso
Jesús hace referencia al agua viva, que es el don de Dios, capaz de satisfacer
la sed de los seres humanos que buscan desesperadamente la verdad y el amor.
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Además del
simbolismo del agua, en su catequesis Jesús se refiere al culto a Dios:
o
Recordemos
que había una feroz competencia entre el culto que los samaritanos celebraban en
su templo del monte Garizim, y el culto que ofrecían los judíos en el templo de
Jerusalén.
o
¿Cuál
es la posición de Jesús respecto a este enfrentamiento? Su posición debió
escandalizar a muchos porque rompió paradigmas que se consideraban intocables:
“Créeme, mujer; se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén
daréis culto al Padre”, “los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre
en espíritu y en verdad”
o
Esta
respuesta es igualmente una denuncia de aquellas personas que viven una
religiosidad que se alimenta de ritos vacíos, cargados de hipocresía. La
presencia de Dios no está amarrada a estructuras físicas. Para adorar a Dios lo
que importa es nuestra actitud y no el lugar físico.
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Para
concluir esta meditación dominical, los invito a reescribir este diálogo de
Jesús; imaginemos que la interlocutora no es la mujer samaritana sino cada uno
de nosotros:
o
Pidámosle que nos permita avanzar en su conocimiento y que no nos quedemos en
algunos rasgos de
su personalidad (el líder social, el poeta, el amigo, el profeta) sino que
descubramos su verdadera identidad como Hijo de Dios y Mesías.
o
Reconozcamos
que muchas veces hemos querido calmar la sed de nuestro espíritu acudiendo a
bienes materiales o a las teorías de moda, pero continuamos sintiéndonos
igualmente vacíos y sedientos.
o
Confesemos
que nuestro espíritu siempre estará inquieto e insatisfecho hasta que lo hayamos
descubierto.
o
Pidamos que nos dé a beber el agua que colma nuestras expectativas. Beberemos de
esa agua viva cuando meditemos la Biblia,
hagamos oración, participemos en la liturgia,
recibamos los sacramentos y hagamos gestos de solidaridad con nuestros hermanos
más necesitados.
o
Vayamos
construyendo una espiritualidad que nos permita descubrir a Dios en todas las
cosas, personas y situaciones, de manera que el mundo sea como un inmenso templo
en el que alabemos a Dios.