XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü Lecturas:

o   Profeta Ezequiel 18, 25-28

o   Carta de San Pablo a los Filipenses 2, 1-5 (texto breve)

o   Mateo 21, 28-32 

ü En este domingo vamos a centrar nuestra reflexión en el texto del apóstol Pablo quien, en su carta a los fieles de la ciudad de Filipo, los exhorta a conservar la unidad. Este tema de la unidad reviste una particular importancia en una sociedad pluralista como la nuestra, en la que se valora la autonomía, y la Constitución Política proclama el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Por eso no es fácil hablar de unidad dentro de la Iglesia en el contexto contemporáneo. 

ü Existe una palabra de gran importancia para la vida de la Iglesia. Se trata de la palabra “comunión”, cuyo término original en griego es “koinonía” 

ü Para que esta palabra, de gran densidad teológica, no se diluya en medio de una hermosa teoría desconectada  del mundo de lo concreto, debe conducir al compartir fraterno. La comunión o koinonía exige compartirlo todo con los hermanos: la fe, la esperanza, el pan eucarístico, nuestros conocimientos, nuestro tiempo, los gozos y las tristezas. Como lo expresa bellamente la liturgia,  pertenecer a la Iglesia implica confesar un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Y estos sentimientos nos deben conducir a  acciones concretas de solidaridad. 

ü La comunión, que es sinónimo de compartir, se fortalece y se expresa en la eucaristía, donde nos unimos con Dios y con los hermanos. 

ü No podemos imaginar la comunión o koinonía como un objeto precioso que se  posee y que se guarda en una caja fuerte para evitar que se pierda. No. La comunión es una realidad dinámica que se consolida a través de nuestras acciones en la vida diaria.

ü Como lo insinuábamos al principio de esta reflexión, no es fácil hablar de comunión en un mundo plural, donde la subjetividad se convierte en criterio de verdad.  Por eso la comunión en la fe se ve seriamente amenazada en nuestro tiempo. Veamos algunos escenarios en los cuales se critica con vehemencia la comunión eclesial:

o   Hay personas que se reconocen creyentes en Dios; más aún, afirman que son católicos. Pero al mismo tiempo se proclaman como “creyentes sin Iglesia” porque, por razones ideológicas o por experiencias negativas  del pasado, se sienten muy lejos de la Iglesia. Están convencidos de que pueden vivir su relación con Dios de manera individualista, prescindiendo de esa mediación que es la comunidad eclesial.

o   Hay cristianos que interpretan el seguimiento de Jesús de una manera puramente sociológica. Para ellos, Jesús fue un revolucionario que vino a encabezar un movimiento de liberación contra las estructuras opresoras del Imperio Romano, que era la superpotencia de entonces. Esta lectura exclusivamente horizontal y política del evangelio conduce a graves fracturas de la comunión de la Iglesia y genera enfrentamientos dentro de la comunidad. La historia de la Iglesia en América Latina  ofrece abundantes testimonios de estas dolorosas luchas.

o   Hay creyentes que ponen en peligro la unidad de la Iglesia con sus críticas despiadadas a lo que se hace y se dice dentro de la Iglesia. Una cosa es tener un espíritu crítico respecto a las miserias de la Iglesia como Madre, y otra cosa muy distinta es ensañarse contra ella como si fuera una institución nefasta para la sociedad. ¡Son infinitamente más dolorosos los ataques provenientes de los  hijos que los ataques que vienen de fuera, de los  enemigos declarados! 

ü En su Carta a los Filipenses, el apóstol Pablo nos exhorta a tener un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma; nos pide que desterremos las rivalidades y presunciones, y nos invita a tener los mismos sentimientos que tuvo Jesús. 

ü No quisiera que estas reflexiones sobre la unidad dentro de la Iglesia se fueran a entender como un llamado a la uniformidad, como si los católicos tuviéramos que ser como unos “clones” o copias exactas en nuestra manera de analizar la realidad y responder a la acción de Dios:

o   Dentro de la Iglesia hay sectores que se escandalizan  cuando escuchan posiciones diferentes, y creen que la fidelidad a la Iglesia es como la acción de una aplanadora que elimina las diferencias e iguala las superficies.

o   Recordemos que en la Iglesia Apostólica se enfrentaron estos dos gigantes de la fe, Pedro y Pablo, porque tenían enfoques diferentes respecto a la pastoral de los convertidos provenientes del paganismo.

o   Recordemos que en la historia de la reflexión teológica han  surgido grandes figuras individuales así como escuelas de pensamiento que han  defendido tesis diferentes. Estas diferencias de criterio son muy sanas pues permiten que maduren las ideas. 

ü Ahora bien, estas posturas diferentes no pueden ser el resultado de reacciones emotivas o de fobias o de intereses personales que se sienten afectados. Para que el disenso no destruya la unidad dentro de la Iglesia sino que aporte al crecimiento del Cuerpo de Cristo, debe ser el resultado de una seria reflexión basada en el estudio, expresado con delicadeza y movido por un profundo amor a la Iglesia, sin escandalizar al pueblo de Dios sino haciendo el debate en los escenarios adecuados. Se hace un enorme daño a la comunión eclesial cuando estos debates se trasladan a los medios masivos de comunicación, en los que estos temas se tratan con superficialidad e imprecisión, y se busca subrayar el lado escandaloso y sensacionalista. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. El apóstol Pablo nos invita a reflexionar sobre la unidad dentro de la Iglesia, unidad que se construye a través de la oración, de la lectura de la Biblia, de la participación litúrgica, se alimenta del estudio de los documentos de la Iglesia y se expresa en solidaridad con los más pobres. La conservación de la  unidad no significa uniformidad de pensamiento ni mordaza para expresar nuestras diferencias de enfoque. Pero eso debe hacerse con madurez, seriedad y amor a la Iglesia.