XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü Lecturas:

o   Libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

o   II Carta de San Pablo a los Corintios 8, 7. 9. 13-15

o   Marcos 5, 21-43 

ü La liturgia de este domingo irradia optimismo; es un canto a la vida. Desde la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría,  se transmite este mensaje de vida: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera”. 

ü El evangelio de hoy nos narra el drama de dos contemporáneos de Jesús, agobiados por la desesperanza, a quienes éste devolvió  la alegría. Veamos cómo actuó Jesús a favor de la vida, venciendo así a la enfermedad y a la muerte:

o   El primer drama lo vive Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, que contempla impotente cómo se va apagando la vida de su hija: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Muchos de los aquí presentes, que son padres y madres de familia, comprenden perfectamente la angustia de Jairo, porque ustedes han sufrido cuando sus hijos se han enfermado; y algunos – dolorosamente – también han enterrado a sus hijos…

o   El segundo drama lo vive  una mujer sencilla, que desde hacía doce años padecía una hemorragia que no habían podido controlar los médicos. 

ü Jesús, sensible ante el dolor humano, atiende las súplicas de estos dos personajes: la hija de Jairo regresa a la vida y la mujer es curada de sus dolencias. Con estos hechos concretos, Jesús hace realidad lo que se afirmaba en la primera lectura: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en las destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera”. 

ü Los invito a que nos detengámonos a reflexionar sobre la actuación de Jesús con la niña, hija de Jairo. Nos dice el evangelista Marcos que Jesús “entró a donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: ¡Talitá, kum!, que significa ¡Óyeme, niña, levántate! La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar”. 

ü Esta niña, protagonista del milagro de Jesús, representa a millones de niños y jóvenes que, por diversas circunstancias, están como muertos, y necesitan escuchar una palabra de vida que los saque de la postración en que se encuentran:

o   Pensemos en el drama de millones de niños que no han conocido la ternura, que no han tenido los brazos amorosos de un papá o de una mamá que les ofrezcan seguridad y acogida.

o   Pensemos en la tragedia de millones  de niños abusados sexualmente por sus familiares o por sus educadores, y que se ven obligados a  recorrer  las calles ofreciendo sus cuerpos como mercancía de consumo para unos adultos degenerados.

o   Pensemos en la situación de muerte en la que yacen millones de niños y jóvenes, que han sido inducidos al consumo de drogas por las mafias que merodean las puertas de colegios y universidades.

o   Pensemos en la desesperanza de millones de jóvenes en los barrios marginados de nuestras ciudades, que no tienen acceso a una educación de calidad y que no consiguen un trabajo honrado, y que terminan por engrosar las bandas de delincuentes que recorren ciudades y campos. 

ü Jairo, el devoto judío, llora la muerte de su hija. Igualmente, lloramos por la destrucción y ruina de millones de niños y jóvenes, atrapados por la pobreza, la violencia, el vicio. Estos millones de niños y jóvenes esperan oír las palabras de vida: “¡Talitá, kum! ¡Óyeme, niño/niña/joven, levántate! 

ü Jesús nos invita a continuar en el tiempo su ministerio de vida. ¿Cómo? Dedicando parte de nuestro tiempo y colaborando con nuestros recursos para que puedan funcionar  las fundaciones y grupos que trabajan por la niñez y  la juventud. En esta ciudad existen numerosas organizaciones que realizan un excelente servicio, pero que se sienten desbordadas por la enormidad del desafío. 

ü El libro de la Sabiduría nos dice que “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes”. Nosotros somos imágenes de este Dios  que es promotor de la vida. Siguiendo el ejemplo de Jesús, pronunciemos una palabra de vida y ofrezcamos oportunidades a los niños y jóvenes de manera que recuperen la alegría de vivir, cicatricen las heridas que les ha causado la crueldad humana y así puedan construir un proyecto que les permita realizarse como seres humanos dignos. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Al regresar a nuestras casas, hagámoslo con la decisión firme de colaborar con instituciones que trabajan a favor de los niños y los jóvenes. Así contribuiremos a construir una ciudad y un país diferentes.