XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü  Lecturas:

o   Profeta Ezequiel 2, 2-5

o   II Carta de San Pablo a los Corintios 12, 7-10

o   Marcos 6, 1-6 

ü El evangelio de hoy nos relata la dolorosa experiencia de Jesús quien, al regresar a su pueblo después de sus primeras correrías apostólicas, encuentra el rechazo frontal de sus paisanos. 

ü Nazaret, como todas las poblaciones judías, tenía una pequeña sinagoga donde  los vecinos se reunían para rezar, leer y comentar las Escrituras el día sábado. 

ü Jesús, siguiendo la costumbre, se puso de pie y compartió sus comentarios a propósito del texto que acababan de leer. Sus palabras  produjeron conmoción en quienes las oyeron: “La multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: ¿dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿de dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros?” 

ü Ahora bien, el asombro que manifestaban quienes lo escuchaban no era un asombro que les abriera a horizontes más amplios de espiritualidad. Era un asombro contaminado por los prejuicios: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” 

ü Los vecinos de Nazaret, que habían visto crecer a Jesús, están bloqueados para ver más allá de los datos puramente sociológicos de Jesús. A pesar de las maravillas que se decían de Él, para sus paisanos Jesús seguía siendo el muchacho del pueblo, el carpintero. 

ü Esta incapacidad para ver más allá de las simples apariencias también la sufrimos en el entorno familiar, pues nos es muy difícil reconocer las cualidades y los éxitos de las personas que viven junto a nosotros. No nos sorprendemos ante sus actuaciones positivas. La excesiva cercanía nos impide valorarlos integralmente. Eso mismo le sucedió a Jesús; sus vecinos fueron incapaces de reconocer en Él al Mesías de Israel. 

ü Después de haber tomado conciencia del hecho cultural del no – reconocimiento, los invito a reflexionar sobre nuestra formación religiosa:

o   La mayoría de nosotros nos hemos educado dentro de un ambiente católico. Los grandes misterios de la fe nos han sido inculcados a través de las palabras de nuestros mayores. Este proceso de formación religiosa se ha  desarrollado sin sobresaltos, serenamente. Por eso afirmaciones tales como que el Hijo de Dios se hizo como uno de nosotros, en las entrañas de una joven campesina judía, no nos sorprenden. ¡Estos misterios, que rompen en mil pedazos los paradigmas humanos, nos parecen normales y forman parte del paisaje cotidiano!

o   Los invito a superar  la naturalidad con que vivimos los misterios de la fe. ¡Sorprendámonos ante el hecho inimaginable de la encarnación del Hijo de Dios! ¡Guardemos un silencio reverente ante la locura de amor que es el sacrificio de la cruz!

o   Ciertamente, hubiera sido más fácil para los vecinos de Nazaret que el Mesías se les hubiera presentado rodeado de  efectos luminosos y sonoros, protegido por una nutrida escolta. Pero como se les presentó  bajo la figura del muchacho del pueblo, el carpintero, fueron incapaces de identificarlo como el Mesías largamente esperado. 

ü Este rechazo de sus paisanos debió impactar hondamente a Jesús. Por eso algunos exegetas se refieren a esta experiencia como la “crisis de Galilea”. Infortunadamente esta amarga experiencia se repitió a lo largo de su actividad apostólica hasta llegar a la conjuración que lo condujo a la muerte el Viernes Santo. 

ü ¿Qué enseñanzas nos deja  la dolorosa experiencia vivida por Jesús?

o   La enseñanza es clara: los prejuicios sociales nos impiden valorar a las personas. Los prejuicios nos hacen ver la realidad, no como es, sino como nos la imponen  los condicionamientos.

o   Los prejuicios sociales clasifican sin fundamento a las personas dentro de determinadas categorías y les  asignan etiquetas preestablecidas.

ü Al terminar esta sencilla reflexión dominical pidámosle al buen Dios que podamos liberarnos de los prejuicios que nos impiden reconocer y valorar a las personas; pidámosle al buen Dios que nos sorprendamos ante las infinitas manifestaciones de amor que Él ha tenido con nosotros; pidámosle al buen Dios que fortaleza nuestra fe vacilante para que podamos abrirnos a Él como nuestro Señor y Salvador.