XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü Lecturas:

o   Libro del Eclesiástico 3, 17-20. 28-29

o   Carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24

o   Lucas 14, 1. 7-14 

ü La primera lectura y el evangelio nos hacen una invitación para superar la tentación del orgullo y comportarnos de manera sencilla, sin pretensiones:

o   “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas”

o   El evangelista Lucas recoge las enseñanzas de Jesús, en las que éste exhorta a sus discípulos a no querer ocupar los primeros puestos dentro de los eventos sociales. 

ü Tenemos que reconocer que estas exhortaciones a la humildad están en total oposición con la cultura contemporánea que nos  presiona de mil maneras para escalar la pirámide del éxito económico y del reconocimiento social. Y no sólo se trata de alcanzar el éxito sino mostrar con hechos materiales que se ha subido a los más altos escalones; se trata de llegar y mostrar. La virtud de la humildad es un ejemplar raro en una sociedad fuertemente competitiva. 

ü El filósofo alemán Federico Nietzsche escribió comentarios muy negativos sobre la humildad, a la que consideraba un atributo de los débiles para tratar de maquillar sus fracasos personales. En síntesis, no hay lugar para la humildad en un mundo que considera  que la obtención del poder es la máxima realización.

ü Para poder profundizar en el sentido de esta exótica virtud, veamos cómo la define el Diccionario de la Real Academia  de la Lengua: “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades  y en obrar de acuerdo con este conocimiento”

o   Es interesante subrayar que esta actitud sea fruto de un conocimiento de las propias fortalezas y debilidades. En el frontispicio del templo de Delfos, los siete sabios habían  grabado la famosa frase “Conócete a ti mismo”, que ha dejado una profunda huella en la tradición filosófica y ética de occidente; quien no es consciente de sus potencialidades y límites no puede fijarse unas metas alcanzables ni comprometerse con un proyecto de vida realista.

o   Así descubrimos que la humildad no es un complejo de inferioridad incubado por seres fracasados, sino que es fruto maduro de personas capaces de reflexionar y de evaluar críticamente sus luces y sombras. La humildad no es signo de debilidad sino de madurez.

 

ü Las personas orgullosas son incapaces de establecer unas relaciones interpersonales inspiradas en el respeto y que  conduzcan a un enriquecimiento mutuo. Cuando alguien se considera superior, mira con desprecio al otro. El orgullo impone relaciones de dominación. 

ü Así como el orgulloso se cierra a los aportes que puedan venir de otras personas, también se cierra a una relación con Dios. Nos abriremos a la gracia de Dios en la medida en que reconozcamos nuestros límites y aceptemos que somos pecadores y necesitados de salvación. 

ü La persona orgullosa es autosuficiente, incapaz de establecer relaciones de comunión con los demás y con Dios; en lugar de unas relaciones inspiradas en la comunión, es profundamente utilitarista pues pretende que las personas que viven a su alrededor y el mismo Dios se ajusten a la agenda que él pretende imponerles; es incapaz de orar diciendo “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”; sus peticiones están cuidadosamente dirigidas a la obtención de sus propias metas. 

ü La historia nos muestra las dolorosas consecuencias de unas relaciones sociales manejadas desde la lógica del poder, que no es otra cosa que la lógica del orgullo y la prepotencia: atropello a los derechos humanos fundamentales, arbitrariedad, corrupción, explotación económica de los más débiles. 

ü Por el contario, una convivencia social inspirada, no en la imposición sino en la concertación, constituye un aporte decisivo a la paz; de ahí la importancia  que reviste que los líderes políticos,  empresariales y religiosos sean humildes de corazón; veamos por qué:

o   El que es humilde de corazón no se considera poseedor de la verdad y por eso se abre a las iniciativas  de los demás miembros de la comunidad.

o   El que es humilde de corazón rechaza las actitudes discriminatorias y acoge la diversidad como algo que enriquece la vida de la comunidad.

o   El que es humilde de corazón es ajeno a  los dogmatismos y tiene la libertad de espíritu para explorar nuevos caminos, hacer modificaciones y ajustes; no defiende tercamente su propia posición. 

ü La palabra “humildad” suena extraña en medio de una cultura que adora a los ídolos del Poder Económico y el Reconocimiento Social. Esta actitud del corazón, a la que nos invitan las lecturas de la liturgia de este domingo, no es una tara  de seres débiles y fracasados. Todo lo contrario, la humildad es fruto de la madurez de quienes son capaces de reconocer con objetividad sus fortalezas y debilidades, sus cualidades y defectos. Este reconocimiento permitirá  construir unos hogares mucho más integrados y una sociedad más incluyente.