XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü Lecturas:

o   Profeta Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4

o   II Carta de san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14

o   Lucas 17, 5-10 

ü Las lecturas de hoy proponen a nuestra reflexión diversos temas de gran hondura teológica. Para evitar dispersar nuestra atención, los invito a concentrarnos en la parte final del texto del evangelista Lucas: “También ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: No somos más que administradores, solo hemos hecho lo que teníamos que hacer” 

ü ¿Por qué es importante para nosotros profundizar en el alcance del mensaje que nos transmite el evangelio? La razón es muy sencilla: para nuestra sociedad permisiva y alcahueta, comportarse de manera honesta y responsable suscita admiración, pues la costumbre aceptada es la mediocridad, y la deshonestidad forma parte del paisaje cotidiano. Pongamos algunos ejemplos:

o   Cuando termina el año escolar, el hijo, con tono triunfal, dice: ¡Papi, gané el año! ¿qué me vas a regalar? Como si ganar el año fuera la odisea del milenio…

o   Algunos ciudadanos exclaman con admiración: ¡Este político es excepcional pues no roba! Como si la delicadeza en el manejo de los dineros públicos fuera un rasgo exótico que mereciera una condecoración especial, la Gran Cruz de Oro para los no-ladrones.

o   Sería ridículo que en la evaluación anual de un empleado se escribiera: “se trata de un funcionario excepcional porque llega a tiempo y trabaja las ocho horas diarias; por eso recomendamos un alza salarial del 25%” 

ü Ya lo dijimos hace un momento: para nuestra sociedad permisiva y alcahueta, comportarse de manera honesta y responsable suscita admiración, pues la costumbre aceptada es la mediocridad, y la deshonestidad forma parte del paisaje cotidiano. 

ü De ahí la enorme importancia que adquieren los valores éticos para la convivencia ciudadana. Lo normal debería ser aprobar el año, manejar con honestidad los dineros públicos, llegar a tiempo al trabajo. Y actuar de manera diferente debería ser objeto de  algún tipo de sanción. Sin embargo, es frecuente que los padres de familia, los compañeros de trabajo o los jefes guarden un silencio cómplice para evitar conflictos o en nombre de una mal entendida lealtad personal. 

ü Por eso la actualidad del mensaje ético que nos propone el texto evangélico en el cual hemos concentrado la meditación dominical: “También ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: No somos más que administradores, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”. 

ü Si nosotros buscamos los orígenes de este comportamiento que presenta el cumplimiento del deber como algo excepcional que merece ser premiado, lo encontraremos en una interpretación individualista de la vida. En este horizonte individualista, exijo que se me reconozcan  todos los derechos y que mis intereses personales sean intocables, pero no estoy dispuesto a aceptar ningún deber u obligación. 

ü Los demás tienen que acomodarse a mi ritmo, deben resignarse a la variación de mis estados de ánimo, deben poner en ejecución mis caprichos. Las personas que sólo exigen derechos y que no reconocen deberes hacia otras personas e instituciones generan unas relaciones sociales muy complicadas  pues son incapaces de establecer vínculos afectivos en el amor y en el respeto, y no pueden integrar equipos de trabajo armónicos y funcionales. 

ü La adultez no se adquiere de manera automática mediante la acumulación de años. Todos nosotros hemos conocido adultos cronológicos que nunca maduraron pues no entendieron que vivir en comunidad exige un cuidadoso balance entre los derechos y los deberes. 

ü A la luz de esta frase que nos transmite el evangelista Lucas, “solo hemos hecho lo que teníamos que hacer”, hagamos todo lo que esté de nuestra parte para que los valores éticos sean la brújula que señale el rumbo de la sociedad:

o   Que no nos familiaricemos con la mediocridad.

o   Que no consideremos normal apropiarnos de los recursos de las instituciones.

o   Que no hagamos el bien por la simple motivación de lograr un reconocimiento social, sino porque fluye de nuestras más profundas convicciones.

o   Que la sociedad deje de ser complaciente con los comportamientos anti-éticos y los denuncie. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Asumamos con alegría las responsabilidades que nos corresponden como miembros de nuestro grupo familiar, como ciudadanos y como creyentes que formamos parte de una comunidad de fe. Y que al final de nuestra vida podamos exclamar: “solo hemos hecho lo que teníamos que hacer”