XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
o
Libro II de
los Reyes 5, 14-17
o
II
Carta de san Pablo a
Timoteo 2, 8-13
o
Lucas 17,
11-19
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La liturgia
de hoy propone a nuestra consideración dos relatos de curaciones: la de Naamán,
general del ejército de Siria, y la de los diez leprosos que se encontraron con
Jesús cuando éste iba camino de Jerusalén.
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El común
denominador de estas dos situaciones es la curación de la enfermedad de la lepra
que, según los conceptos médico – religiosos de la época, era estigmatizada
porque se la interpretaba como un castigo de Dios e implicaba una marginación
total de la vida de la comunidad.
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Naamán,
el general sirio, y los diez leprosos fueron curados de su enfermedad. Como tema
de nuestra meditación dominical, los invito a que profundicemos en el
agradecimiento,
que es la respuesta natural ante un favor que se ha recibido. En el contexto de
aquella época, ser curado de la lepra era un beneficio que superaba toda
ponderación porque era como regresar de la muerte para reincorporarse al mundo
de los vivos. Veamos cómo respondieron ante el don de la curación.
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Naamán
quiere agradecer al profeta Eliseo y dice: “Ahora sé que no hay más Dios que el
de Israel. Te pido que aceptes estos regalos”. La negativa del profeta le hace
entender que el agradecimiento debía dirigirse directamente a Dios, Señor de la
vida.
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La respuesta
de los diez leprosos curados por Jesús es diferente. Solo uno de ellos, que
pertenecía al despreciado grupo religioso de los samaritanos, regresa para
manifestar su agradecimiento.
ü ¿Cuál era el interés que motivaba a los nueve leprosos que no expresaron su agradecimiento a Jesús?
o
Al verse
curados, su máximo interés era llegar al Templo de Jerusalén, presentarse a los
sacerdotes y obtener el reconocimiento de que la enfermedad había desaparecido.
o
El “visto
bueno” de los sacerdotes les permitiría reintegrarse a las actividades
cotidianas de la comunidad.
o
Su
prioridad era recuperar
su puesto en la comunidad; no estaban interesados
en gastar tiempo en agradecer al autor de esta transformación de sus vidas.
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El
samaritano descrito por el evangelista Lucas vive su curación no solo como un
hecho de significado social – reintegrarse a la sociedad – sino principalmente
como un encuentro con la misericordia de Dios. El evangelista Lucas nos cuenta
que “al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a
los pies de Jesús y le dio gracias”
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Los leprosos
se acordaron de Dios cuando estaban enfermos: “Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros"; fueron capaces de expresar una oración de petición, pero no se
acordaron de hacer una oración de acción de gracias. Así como la gratitud es un
sentimiento que manifiesta la calidad humana de las personas, la ingratitud es
reflejo de unas relaciones interpersonales basadas en el interés; se acordaron
de Jesús mientras podía serles útil.
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Si nosotros
hacemos una cuidadosa revisión de nuestras vidas, descubriremos que la
Providencia amorosa de Dios nos ha acompañado siempre:
o
Es
posible que hayamos vivido situaciones muy fuertes en las que hemos sentido
particularmente cerca
la presencia de Dios.
o
Pero debemos
tener presente que Dios se suele manifestar, no a través de hechos
extraordinarios, sino en la simplicidad de la vida diaria; quien tenga una vida
interior profunda podrá ver las huellas de la presencia de Dios: en el amor de
los padres que colaboran con el plan creador de Dios, en la relación de pareja,
en los hijos, en el servicio a la comunidad, en la contemplación de la
naturaleza, en el arte… Dios se manifiesta a través de sus creaturas, pero no lo
escuchamos porque estamos inmersos en mil distracciones.
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Es
importante, entonces, que el agradecimiento sea una actitud que se interioriza
desde el hogar:
o
Que los
esposos expresen el agradecimiento por lo que el otro aporta para la convivencia
armoniosa.
o
Que los
hijos valoren lo que sus padres les han dado: la vida, la protección, la
educación, el consejo… A medida que los padres envejecen, los hijos tendrán
muchas oportunidades de agradecerles y recompensarles los beneficios recibidos.
o
Que los
estudiantes aprecien los conocimientos aportados por sus maestros, que los
acompañaron en su proceso de maduración.
o
Que
reconozcamos los mil servicios que recibimos en la vida diaria: la señora que
nos sirve la taza de café,
la secretaria que hace la llamada, la empleada que trabaja en el supermercado.
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Expresiones
tales como “por favor” y “gracias” no son simples convencionalismos sociales
sino que manifiestan una actitud respetuosa ante los demás.
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Cultivemos
el agradecimiento como valor humano y como una genuina expresión de fe que
reconoce la acción de Dios en las creaturas. De ahí la riqueza teológica de la
oración de María después del anuncio del ángel: “Glorifica mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque miró la pequeñez de su esclava”