XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
ü
Lecturas:
o
II Libro de
los Macabeos 7, 1-2. 9-14
o
II Carta de
san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5
o
Lucas 20,
27-38
ü
El tema
central de la liturgia de este domingo es la resurrección de los muertos:
o
En la
primera lectura se narra el heroísmo de siete hermanos que, junto con su madre,
prefirieron morir antes que obrar en contra de sus creencias religiosas. Antes
de padecer el martirio, expresaron su fe en la resurrección de los muertos; uno
de los hermanos le dice al rey: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente;
pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para
una vida
eterna”
o
En el
evangelio, Jesús responde a una pregunta que le formulan los saduceos;
recordemos que, en tiempos de Jesús, los fariseos confesaban la resurrección de
los muertos y los saduceos la negaban.
ü
Antes de
entrar en el tema de la resurrección tenemos que abordar el tema de la muerte:
o
Desde las
ciencias biológicas, la muerte es el fin natural de todos los seres vivos. Pero
una cosa es la muerte como una consecuencia de los procesos biológicos y otra
muy diferente es su impacto existencial. Por eso la muerte es el mayor enigma
que se plantea a los seres humanos.
o
Ante
la realidad inevitable de la muerte surgen muchas preguntas: ¿termina todo allí
o hay una realidad después de ella?, ¿existen un premio y un castigo por los
actos humanos?, ¿da lo mismo haber sido seres honestos que haber atropellado los
derechos humanos? Estas
y otras preguntas se nos vienen
a la mente cuando pensamos en la muerte…
ü
Las
investigaciones antropológicas nos muestran que una de las expresiones
culturales más antiguas es el culto a los muertos; los ritos funerarios, que se
encuentran en todas los pueblos, expresan de formas muy diferentes la intuición
de que existe un más allá; por ejemplo, enterraban a los muertos con una
abundante provisión de alimentos
para el viaje que emprendían y les dejaban dinero
para que pudieran pagar al barquero que los transportaría a playas desconocidas…
ü
Para
las tres grandes tradiciones monoteístas – el Judaísmo,
el Cristianismo y el Islam –los seres humanos
vivimos una sola existencia terrena, morimos una sola vez y después seres
juzgados por el supremo Creador y Juez. No hay, pues, lugar para las teorías
sobre la reencarnación
dentro de la fe cristiana; nuestra fe no acepta que
los seres humanos vayamos experimentando diversas reencarnaciones a través de
las cuales nos vamos purificando; en consecuencia, son unos charlatanes los
hipnotizadores que afirman que pueden hacernos regresar a existencias anteriores
en las que desempeñamos roles
particulares.
ü
La
encarnación del Hijo eterno del Padre, que asume nuestra condición humana,
cambia la perspectiva de la muerte: nuestra alma inmortal no solo supera la
destrucción
propia de la materia sino que todo nuestro ser disfrutará
de la plenitud de Dios:
o
La
pascua de Jesús y su triunfo sobre la muerte cambian radicalmente la lectura que
hacemos los cristianos sobre el último capítulo de nuestra vida; este cambio de
perspectiva lo expresa bellamente la liturgia en el Prefacio de Difuntos: “En Él
brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de
morir nos entristece, nos consuela promesa de la
futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina,
sino que se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el cielo”
o
La vida
nueva que se inicia en el bautismo llega a su plenitud cuando superamos los
límites del espacio y del tiempo, lo cual se da cuando morimos. Para el
creyente, la muerte no es destrucción sino plenitud; la muerte es el anhelado
encuentro con el Señor de la vida.
ü
En las
culturas antiguas, el lugar donde eran
enterrados los difuntos se llamaba “necrópolis”,
palabra griega que significa “ciudad de los muertos”; los cristianos utilizamos
una palabra diferente, “cementerio”, que significa “dormitorio”; con esta
palabra estamos diciendo que entendemos la muerte como algo muy diferente.
ü
En el
Credo o Profesión de Fe que recitamos cada domingo afirmamos: “Espero la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”; esa afirmación en un
momento tan importante de la eucaristía dominical
quiere decir que la creencia en la resurrección es
un componente esencial de la doctrina cristiana.
ü
Las palabras
humanas son insuficientes para expresar el alcance de la resurrección de los
muertos pues se trata de una realidad que desborda nuestros puntos de
referencia:
o
Nosotros
explicamos la muerte como una separación del alma que es
espiritual, y
del cuerpo que es una realidad perecedera; y la resurrección la entendemos como
la unión definitiva del alma inmortal con un cuerpo glorificado.
o
Recordemos
lo que nos dice el Nuevo Testamento sobre la resurrección de Jesús; su
resurrección no fue un regreso a esta vida terrena; el Jesús resucitado que se
apareció a los discípulos era el mismo Jesús que habían conocido; era su mismo
cuerpo, pero glorificado.
o
Hasta
aquí llegan
nuestras pobres palabras, que son incapaces de expresar
cómo y cuándo se producirá la resurrección de los muertos; los teólogos tratan
de explicar esa realidad nueva, pero todos sus esfuerzos son simples intentos
por expresar lo inexpresable.
ü
Que
estas reflexiones sobre la resurrección de los muertos, tema central de la
liturgia de este domingo, contribuyan a cambiar
nuestra
manera de ver la muerte y nos consuelen ante
la
ausencia de
nuestros seres queridos.