III Domingo de Pascua, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
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Hechos de
los Apóstoles, 2, 14. 22-33
o
I Carta de
san Pedro 1, 17-21
o
Lucas 24,
13-35
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Antes de
entrar en el detalle de esta narración sobre la aparición de Jesús a los
discípulos que iban caminando hacia la población de Emaús, es importante que
tomemos conciencia del valor que entraña este relato:
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En primer
lugar, hace una fiel descripción del estado de ánimo que estaba viviendo el
grupo de los inmediatos seguidores de Jesús, quienes pasaron de la tristeza y el
desánimo que les produjo el Viernes Santo a la alegría del encuentro con Jesús
resucitado.
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En
segundo lugar, aporta elementos muy ricos sobre la experiencia de fe, el camino
– muchas veces tortuoso – que lleva al descubrimiento de Dios
pasando
por el escepticismo y las dudas.
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El
estado de ánimo de los discípulos de Emaús es una prueba fehaciente de que los
seguidores de Jesús, empezando por su círculo más íntimo,
no habían comprendido la misión de éste; los
comentarios que ellos hacen al desconocido que se le une cuando iban de camino,
ponen de manifiesto las percepciones que ellos, y los demás, tenían sobre Jesús:
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Lo primero
que les impactaba era su excepcional calidad humana y espiritual; no era un
hombre como los demás. Por eso dicen: “Era un profeta poderoso en obras y
palabras, ante Dios y ante todo el pueblo”.
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Lo
segundo que los afecta es el atropello que se ha cometido contra este hombre;
tienen claramente identificados a los responsables. “Los sumos sacerdotes y
nuestros jefes lo entregaron
para que lo condenaran a muerte, y lo
crucificaron”.
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Lo tercero
que expresan es la expectativa socio – política que Jesús había despertado:
“Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han
pasado hay tres días desde que estas cosas sucedieron”.
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El
sentimiento de tristeza y de fracaso, expresado sinceramente por estos hombres
que regresaban a su pueblo, era el mismo que agobiaba a los seguidores de Jesús,
muchos de los cuales habían huido de Jerusalén por temor a las represalias.
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Ha
sido tan fuerte el trauma que han sufrido, que son
incapaces de considerar otras posibilidades; ellos hacen referencia a las
palabras de las mujeres y de algunos compañeros, pero sin darles importancia.
Estos discípulos están totalmente bloqueados en su afectividad, están anclados
en la experiencia devastadora del Viernes Santo.
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El
desconocido que se les une por el camino, y
que a la postre resulta ser Jesús resucitado, lleva a cabo
un delicado proceso de acompañamiento o “coaching”. Veamos cómo lo hace Jesús:
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Están
paralizados por la brutal experiencia del Viernes Santo; son incapaces de ver
otras escenas
diferentes a las de la Vía Dolorosa y el Calvario;
están sordos para escuchar
otras palabras que no sean los insultos de
los soldados romanos y las burlas de los seguidores
de Barrabás.
o
Poco a
poco, Jesús resucitado los ayuda a tomar distancia de los acontecimientos; les
va mostrando que lo que parece
una pesadilla, carente de sentido, forma parte de
un luminoso mosaico cuyo título es “la salvación de la humanidad”. Para ello usa
los textos del Antiguo Testamento, con los que estaban familiarizados los judíos
devotos: “¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así
entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los
profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él”.
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Es
claro, entonces, que los seguidores de Jesús
comprendieron plenamente
su ser y su misión después de la resurrección.
Solamente a partir de ella son capaces de superar las lecturas reduccionistas de
Jesús y dejar a un lado sus aspiraciones de ascenso social y de poder político,
para convertirse en testigos de la buena noticia de Jesús resucitado.
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Este relato
de los discípulos de Emaús llega a su clímax en el momento de comer juntos.
“Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se
lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron”:
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En
este relato, los gestos y las palabras de Jesús son claramente eucarísticos; los
mismos de la Última Cena. En ese momento, los discípulos hicieron una lectura
diferente de los acontecimientos; se dieron cuenta de que
lo que habían vivido durante esos días eran como
las piezas de un rompecabezas – puzzle – que ajustaban perfectamente con el plan
de salvación que había sido anunciado por los profetas.
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Para
los discípulos de Emaús, como para los cristianos
de todos los tiempos, el momento supremo del encuentro con Jesús resucitado es
la eucaristía, celebrada en comunidad.
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También
nosotros, escuchando atentamente la Palabra y alimentados con el pan consagrado,
podremos superar la visión miope de los acontecimientos para leerlos como
historia de salvación y no como fruto de la fatalidad y la mala suerte…
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Tenemos que
reconocer que los discípulos de Emaús nos caen bien, pues los sentimos cercanos;
su experiencia despierta simpatía pues muchas veces nos hemos sentido desolados:
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En ocasiones
hemos sentido que todo se desploma (por una enfermedad, por la muerte de un ser
querido, por un descalabro económico, etc.)
o
En
medio de la oscuridad, hemos buscado a Dios y
hemos creído que Él no nos escucha; más aún, hemos
considerado que los males que padecemos son una injusticia; en lo profundo del
corazón hemos protestado, hemos manifestado nuestra rebeldía contra todo y
contra todos, incluido Dios.
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Ahora
bien, cuando estábamos ahogados en medio de la crisis, ha resonado la voz
positiva de un miembro de la famililla o de un amigo. Esa voz nos ha permitido
tomar distancia de los acontecimientos y nos ha invitado a explorar otros
horizontes. Ha sido Dios quien nos ha hablado a través de ese amigo, o través de
la pareja, o a través del hijo. Él se ha unido a nuestro peregrinar como lo hizo
hace dos mil años con los discípulos de Emaús.
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Teniendo como inspiración la experiencia de los discípulos de Emaús, los invito
a vivir con alegría esta eucarística dominical, que es el encuentro con Jesús.
Escuchemos atentamente la Palabra de Dios y recibamos la hostia consagrada; así
avanzaremos en el conocimiento de Jesús resucitado y se iluminará
el sentido de nuestras vidas; entenderemos el por
qué y el para qué de lo que nos sucede. Y al regresar a nuestras casas repitamos
la hermosa petición de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque ya
es tarde y pronto va a oscurecer”.