Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J. 

 

ü Lecturas:

o   Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16ª

o   I Carta de san Pablo a los Corintios 10, 16-17

o   Juan 6, 51-58 

ü Hoy celebra la liturgia la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Al establecer esta festividad, la Iglesia nos invita a renovar la fe en la presencia real de Jesucristo resucitado que se nos da como alimento. En particular, podemos aprovechar esta celebración para reflexionar sobre el valor que le damos a la eucaristía en nuestra vida de creyentes. 

ü Hay palabras y gestos muy expresivos que, por causa de la repetición, terminan perdiendo su significado. Algo semejante nos puede pasar con la celebración eucarística; lastimosamente, sus palabras y fórmulas van cayendo en la rutina y se repiten de manera automática. 

ü Los primeros que debemos hacer esta reflexión somos los sacerdotes, que debemos preguntarnos por el lugar que ocupa la celebración de la misa en nuestra vida sacerdotal: ¿en la práctica – y no en la teoría – es el centro de nuestra espiritualidad?  Hay sacerdotes cuya identidad está  desdibujada y no hay  diferencia entre lo que hacen ellos y las tareas que lleva a cabo un funcionario cualquiera de una organización del mundo productivo o de una ONG. La eucaristía debe alimentar todas nuestras acciones pues  es el encuentro por excelencia con Jesús resucitado, razón de ser de nuestra vida. 

ü Si la eucaristía ocupa el lugar central dentro de nuestras actividades diarias, debemos prestar  atención a todo lo que tiene que ver con su preparación.

o   La preparación empieza por el clima interior que cultiva el sacerdote que se dispone a celebrar el misterio por excelencia del amor de Dios; a través de la oración debemos disponer nuestro corazón y nuestra mente.

o   El sacerdote debe conocer previamente las lecturas que van a ser proclamadas a la comunidad; este conocimiento le permitirá articular las oraciones litúrgicas, los textos bíblicos, las preces comunitarias y las necesidades particulares de los fieles.

o   Tratándose de la celebración dominical, la homilía es un elemento esencial y, por tanto, debe ser cuidadosamente preparada. No se trata de presentar las  ideas y teorías personales del predicador; el objetivo es  facilitar la conexión entre la Palabra y la vida real de los feligreses; por tanto, debe ser concreta, focalizada alrededor de un tema para no caer en dispersiones, motivadora, breve.  Muchos sacerdotes desperdician este momento único de evangelización y  tratan, de manera desarticulada, numerosos temas aburriendo a los fieles…

o   Si en esa eucaristía  se conmemora  algún evento particular (aniversario de difuntos o cumpleaños o aniversario de bodas),  el sacerdote debería tener una mínima información preliminar para hacer una alusión que sea pertinente. 

ü Es importante que los sacerdotes nos preparemos para celebrar dignamente el misterio eucarístico, superando cualquier tipo de improvisación. Es igualmente importante que seamos muy cuidadosos con las formas litúrgicas. La vestimenta, las palabras, los gestos y el ritmo de la celebración deben expresar la solemnidad y la dignidad del misterio eucarístico; la actitud de quien preside la asamblea litúrgica es definitiva para crear una atmósfera de recogimiento y oración. 

ü Así como los sacerdotes debemos interrogarnos sobre el lugar que ocupa la eucaristía en nuestras vidas, también los demás fieles deben hacer un serio examen de conciencia a este respecto:

o   Para muchos bautizados, la misa dominical es un posible programa de fin de semana que se cancela si aparece otra alternativa más interesante. No tienen conciencia de que la eucaristía es “cumbre y  fuente” de  la vida cristiana, y por eso ocupa un lugar secundario dentro de la agenda.

o   Hay una diferencia fundamental entre asistir a la misa y participar en ella; asistir es lo que hace el espectador que  va a algún espectáculo que puede ser más o menos divertido; participar es tomar parte activa en la celebración y sentirse involucrado personalmente  en ella.

o   Respecto a la participación de los fieles en la liturgia, tenemos que reconocer que nuestras celebraciones son un poco acartonadas. Aceptando  estas deficiencias, los invito a hacer parte integral de las celebraciones a través del canto, de las respuestas, de la escucha atenta de la proclamación de la Palabra de Dios, de las peticiones y, sobre todo, acercándose a recibir el Cuerpo del Señor. 

ü En este fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor fortalezcamos la dimensión comunitaria de la eucaristía:

o   Nos sentamos alrededor de la mesa del Señor como  comunidad de fe y no como comensales solitarios; esto exige que las parroquias lleven a cabo un cuidadoso trabajo de integración entre los diversos colectivos que existen en ellas para que la masa anónima se transforme en  una comunidad  que se conoce; la creatividad debe idear formas para que se produzcan estos acercamientos.

o   Desde sus orígenes, la Iglesia comprendió la inseparable conexión entre la participación eucarística y la justicia social; es un sinsentido que quienes se sientan juntos para escuchar la palabra de Dios y comparten el mismo Pan de Vida, después se miren con sospecha y generen dinámicas perversas  de explotación. 

ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical en esta fiesta en honor del Cuerpo y Sangre del Señor; reavivemos nuestra fe en este sacramento que nos comunica la vida divina y nos da fuerzas para nuestro caminar diario; y revisemos las actitudes con que todos – sacerdotes y fieles – nos acercamos a la mesa del amor y la fraternidad.