Domingo XIX del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
ü Lecturas:
o I Libro de los Reyes 19, 9.11-13
o Carta de san Pablo a los Romanos 9,1-5
o
Mateo 14,
22-33
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En el
mundo del espectáculo, los artistas
necesitan
que sus nombres aparezcan continuamente en los medios de comunicación, pues así
el público los recuerda. Para generar noticia acuden a todas las tácticas:
comportamientos que se salen de lo común, vestidos estrambóticos, declaraciones
altisonantes, aventuras amorosas, etc. Llegan al extremo de ofrecer dinero a los
periodistas
sensacionalistas para que se produzca alguna noticia.
ü Los seres humanos buscamos protagonismo; por el contrario, Dios actúa discretamente, evitando todo aquello que se parezca a un espectáculo. En los evangelios encontramos dos escenas que son muy ilustrativas:
o La primera es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto; el demonio le propone al Señor que convierta las piedras en pan y que se lance al abismo para que los ángeles lo recojan; Jesús rechaza enfáticamente estas sugerencias perversas que desvirtúan el uso de los poderes milagrosos que tenía el Hijo de Dios.
o La segunda escena tiene lugar junto a la cruz; los que pasaban le gritaban: “Tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar, sálvate a ti mismo. ¡Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz!”. Aun en ese momento extremo, Jesús rehusó utilizar medios excepcionales para hacer menos cruel el cumplimiento de su misión.
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Sin embargo,
muchos que se proclaman seguidores de Jesús diseñan sus modelos evangelizadores
sobre una plataforma milagrera; estos líderes religiosos saben cómo manipular la
sensibilidad de personas influenciables y, valiéndose de la sugestión, producen
aparentes milagros, los cuales se traducen en generosos diezmos y limosnas. Y
así la religión se convierte en una mina de oro para estos mercaderes de la fe.
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La Biblia nos
muestra que el modo ordinario de manifestarse Dios es a través de los
acontecimientos de la vida diaria. La discreción con que se manifiesta Dios –
hoy hablaríamos de un “bajo perfil” – está poéticamente descrita en la primera
lectura de este domingo, en la que el profeta Elías es el protagonista; releamos
el texto: “Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el
Señor va a pasar. Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un
viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el
Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no
estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el
fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo,
Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva”.
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Este
relato con imágenes tan vívidas es una pieza maestra de la espiritualidad
porque
nos indica dónde buscar a Dios; en general, la presencia de Dios no está
precedida de signos extraordinarios
– como sí lo fueron las teofanías o manifestaciones
de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento -.
Dios se comunica en
la vida diaria; nos habla a través de la sonrisa de un niño o del consejo sabio
de los abuelos o desde el hambre de los desplazados o desde la delicadeza de una
rosa.
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Ahora bien,
con frecuencia no percibimos esa comunicación de Dios porque estamos inmersos en
el ruido de las ocupaciones diarias. Por eso es tan importante crear unos
espacios y unos tiempos para la reflexión y la oración.
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La experiencia
espiritual de Ignacio de Loyola, que tiene como eje central los Ejercicios
Espirituales, es un formidable entrenamiento para adquirir las competencias que
nos permiten discernir qué es lo que quiere Dios de nosotros. La espiritualidad
ignaciana es una metodología para hallar a Dios en todas las cosas y llegar a
ser contemplativos en medio de la vida activa.
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El
evangelio de hoy nos cuenta que Jesús, después de alimentar a miles de personas
mediante la multiplicación de los
panes y los pescados, “subió al monte a solas para
orar”. Con frecuencia, Jesús se apartaba del barullo de las correrías
apostólicas para dialogar con el Padre en medio del silencio.
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Según
nos lo enseñan los maestros de oración, no necesitamos complicados discursos ni
hay que formular largas listas de deseos; basta con recitar lentamente el
Padrenuestro o entonar
pausadamente un Salmo o leer alguna escena de la
vida de Jesús.
ü Valoremos esta profunda lección de espiritualidad que nos ofrece el profeta Elías; aprendamos a descubrir la presencia de Dios en las realidades simples de la vida; a través de lo cotidiano, Dios nos está diciendo que nos ama, que quiere compartir con nosotros su gracia y que pide nuestra colaboración para construir un mundo más justo e incluyente.