Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
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Libro del
Eclesiástico 27, 30 – 28, 7
o
Carta de san Pablo
a los Romanos 14, 7-9
o
Mateo 18, 21-35
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La liturgia de hoy
está articulada alrededor del eje rencor – perdón. Estos dos sentimientos son
capaces de generar, en los individuos y en los grupos, las conductas más crueles
o los gestos más nobles.
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Una de las más
grandes figuras de la historia contemporánea es Nelson Mandela, quien lideró la
lucha contra la discriminación racial en Suráfrica. Padeció los peores
atropellos de los derechos humanos y permaneció en prisión durante 28 años,
víctima del apartheid que afirmaba la supremacía de los blancos. ¿Qué hizo
Mandela cuando llegó al poder? En vez de vengarse de sus antiguos carceleros,
promovió la reconciliación entre las razas, evitó un baño de sangre y encaminó a
su país por el sendero de la democracia y de la tolerancia.
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Esta reflexión
sobre el binomio rencor – poder toca las fibras más profundas de nuestra vida
personal y ciudadana; de ahí la importancia de dedicarle unos minutos:
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El libro del
Eclesiástico nos dice: “El rencor y la ira son cosas detestables y en ellas es
maestro el pecador. Si uno guarda resentimiento contra su prójimo, ¿cómo puede
pedirle al Señor la curación?”.
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En el evangelio
escuchamos la pregunta que hace Pedro y la respuesta que da Jesús: “Señor,
¿cuántas veces debo perdonar a un hermano que me haga daño? ¿Hasta siete veces?
Jesús le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete”
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Teniendo como
punto de referencia estos dos textos bíblicos, los invito a reflexionar sobre
ese oscuro sentimiento que es el rencor, que empieza con la ofensa que nos causa
otra persona con sus comentarios desobligantes y su agresividad. La cercanía de
los seres humanos crea mil posibilidades de desencuentros, la mayoría de los
cuales no revisten mayor importancia y se olvidan fácilmente.
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Hay algunas de
estas ofensas que echan raíces en lo más profundo del corazón; así como el
cáncer consiste en la multiplicación enloquecida de
células que generan tumores, así el
rencor se va transformando en un monstruo interior con una aterradora capacidad
de destrucción. La secuencia es clara: la ofensa se instala en lo más profundo
de nuestro ser, y entonces adquiere el nombre de rencor; ese rencor destila
amargura y deseos de venganza, y ésta nos puede llevar a cometer una locura.
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Hace poco tiempo
el mundo contuvo el aliento observando con preocupación los daños causados por
el tsunami en la planta nuclear de Fukushima, en el Japón. ¿Por qué la
preocupación de la opinión pública mundial? Cuando se pierde el control de los
reactores nucleares, se desata un proceso de consecuencias apocalípticas; esta
imagen de la energía atómica fuera de control nos permite comprender a qué nos
puede conducir el rencor que clama venganza. La historia reciente de Colombia ha
sido escrita con la sangre de innumerables hermanos nuestros.
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Del rencor y la
venganza no queda nada positivo; todos pierden. Por eso hay que buscar la manera
de desactivar esta arma mortal; hay que cortar este circuito de destrucción. Por
eso debemos explorar el significado del perdón.
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De entrada tenemos
que reconocer las enormes dificultades que plantea esta propuesta. Es indecible
el dolor de quienes han sido víctimas de la violencia, que es un monstruo de mil
cabezas: secuestros, violaciones, asesinato de los seres queridos,
desplazamiento forzado, etc. Estas brutales experiencias dejan heridas muy
hondas.
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El empinado camino
del perdón sólo es posible recorrerlo con la ayuda de Dios y el acompañamiento
de personas experimentadas que tiendan la mano para poder salir del abismo.
Utilizando el lenguaje propio del
mundo de los computadores, podemos afirmar que no es posible borrar este
“archivo” del corazón humano ni es posible “reformatear” nuestra historia
personal como si esos momentos oscuros no hubieran existido. Eso no es posible.
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El perdón no borra
el mal causado, ni elimina la responsabilidad del agresor, ni renuncia al
derecho de reclamar que se haga justicia. Se trata de emprender un camino que
permita la sanación interna para que podamos recordar sin amargura y mirar hacia
el futuro liberándonos de las cadenas de un pasado agobiante.
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En la oración del
Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”. Animados por la Palabra de Dios que nos
invita al perdón, identifiquemos nuestras heridas, busquemos el apoyo de
personas positivas que nos acompañen en este tránsito de la oscuridad de la
amargura al sol radiante del perdón; y recitemos
con fe la hermosa oración de San Francisco de Asís: “Señor, hazme un
instrumento de paz; que donde haya odio, siembre yo amor; donde haya injuria,
perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya
oscuridad, luz; donde haya tristeza, alegría…”