Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
o
Profeta Isaías 25,
6-10ª
o
Carta de san Pablo
a los Filipenses 4, 12-14. 19-20
o
Mateo 22, 1-14
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El símbolo
alrededor del cual se articula la liturgia de este domingo es un banquete, que
tiene lugar en dos contextos muy diferentes según sea desarrollado por el
profeta Isaías o por el evangelista Mateo. Pero, antes de entrar a profundizar
en el mensaje teológico de las lecturas, tomemos conciencia del hecho
antropológico de encontrarnos para celebrar acontecimientos y fechas especiales.
Es una constante en todas las culturas. Celebrar, compartiendo la mesa con la
gente que amamos, tiene una honda significación, y es un rito del amor y la
amistad que fortalece los lazos del afecto.
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En el Antiguo
Testamento, la Cena Pascual constituye un momento muy especial en la vida de la
comunidad, ya que era el memorial de la liberación de la esclavitud y renovación
de la alianza entre Iahvé y el pueblo de la promesa.
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En el Nuevo
Testamento, la Última Cena marca un momento de particular intimidad entre Jesús
y sus apóstoles, y así la “fracción del pan” o celebración de la eucaristía
dominical constituirá el momento supremo en la vida de la comunidad cristiana a
través de los siglos.
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Vemos, pues, que
el rito antropológico de celebrar compartiendo el alimento y la bebida tiene
hondas resonancias espirituales y nos abre a nuevas experiencias del espíritu.
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Después de estas
observaciones generales sobre el sentido antropológico y bíblico de compartir la
mesa, podemos explorar la primera lectura de este domingo. El banquete que nos
describe el profeta Isaías es una forma de presentar la realidad nueva que se
instaurará cuando venga el Mesías: “En aquel día, el Señor del universo
preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los
pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos”. A través de
estas imágenes, el profeta nos introduce en esa realidad nueva de gracia y
salvación; por eso el texto nos dice un poco más adelante: “En aquel día se
dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”.
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La descripción de
los tiempos mesiánicos despertó, en algunos sectores de la comunidad,
expectativas materialistas de poder político y de bienestar económico; poco a
poco, los acontecimientos vividos por Israel fueron depurando esa lectura
materialista de las expectativas mesiánicas, las cuales fueron adquiriendo
un tono mucho más espiritual e interior.
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El banquete que
nos describe el evangelista Mateo, mediante la parábola del banquete de bodas,
tiene como foco los invitados, cuya lista experimenta un cambio dramático:
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Cuando estamos
organizando una fiesta, es frecuente que
tengamos que tomar decisiones difíciles en cuanto a la lista de invitados y los
criterios para incluir a unos y excluir a otros…
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Pues bien, el
personaje central de la parábola elaboró una lista de invitados, envió las
tarjetas y ¡cosa curiosa! todos encontraron alguna disculpa para no asistir ¡Un
desplante colosal! Como el rey se sintió profundamente humillado, dio rienda
suelta a su sed de venganza.
o
Ante el fracaso
estruendoso de su fiesta, el rey ideó un Plan B, y así decidió invitar a todos
los que se encontraran en lugares públicos.
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¿Qué nos quiere
decir el evangelista Mateo cuando se refiere a dos grupos de invitados? Es una
metáfora sobre la acogida que tuvo la buena noticia de Jesús:
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Los de la primera
lista de invitados eran los miembros del pueblo de Israel; eran los
destinatarios por antonomasia
del mensaje de salvación.
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Pero algunos
segmentos de la comunidad hicieron oídos sordos al llamado de Dios, y los
diversos tipos de rechazo quedan sugeridos en el texto del evangelista: “Pero
los invitados no hicieron caso. Uno se fue al campo, otro a su negocio y los
demás se le echaron encima a los criados y los mataron”.
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Ante este rechazo,
surge una segunda lista de invitados, mucho más democrática, y en la que el
criterio de inclusión es el deseo de participar. “Salgan, pues, a los cruces de
los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”. A
través de la imagen de la segunda lista de invitados se está afirmando que la
invitación es abierta, sin tener que pasar por filtros previos, y donde el único
requisito es la voluntad de querer acoger el llamado.
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Obviamente, esta
imagen de las dos listas de invitados debió alimentar la rabia de los enemigos
de Jesús. Es un salto cualitativo en la historia de la salvación pues se
constituye un nuevo Pueblo de Dios que supera las fronteras políticas y
culturales.
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La imagen del
banquete, de hondo sentido humano y religioso, alcanza una riqueza insospechada
en la Eucaristía; es el clímax de lo sugerido en el banquete mesiánico y en el
banquete de bodas. El Señor nos llama por nuestro nombre para que ocupemos un
lugar en su mesa.