I Domingo de Adviento, Ciclo B
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
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Profeta Isaías 63,
16-17. 19; 64, 2-7
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I Carta de san
Pablo a los Corintios 1, 3-9
o
Marcos 13, 33-37
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Este I domingo de
Adviento es el comienzo del nuevo año litúrgico; empieza formalmente la
preparación para celebrar los misterios navideños. Los adornos de mil formas,
los árboles, las luces de colores y los pesebres anuncian que algo muy
importante se aproxima.
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Las imágenes y los
sonidos propios de esta época tocan fibras muy hondas de nuestra afectividad:
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Los grandes
protagonistas son los niños, que se sienten transportados a un mundo mágico.
Pongamos todos los medios que estén de nuestra parte para que su experiencia de
preparación para la Navidad no se quede en lo puramente sensorial y emotivo,
sino que descubran los grandes valores que se celebran: el amor de Dios cuyo
Hijo asume nuestra condición humana, la fe sin límites de María y José que
prestan toda su colaboración al plan de salvación, la familia como núcleo
esencial de la sociedad, la sencillez, el compartir…
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También los
adultos nos sentimos tocados por las imágenes y sonidos propios de este tiempo.
Es un reencuentro con el yo más íntimo, el de las experiencias de la infancia
que nos marcaron para siempre; en esta época reverdecen la ternura y los
sentimientos.
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Es cierto que en
esta época se hace más fuerte la ausencia de los seres queridos que han muerto.
Que su recuerdo no sea fuente de tristeza sino de agradecimiento por los
momentos maravillosos que compartimos.
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Es desgarrador el
contraste entre el ambiente festivo de estos días y el dolor que viven tantos
hermanos nuestros que han sido víctimas de las inclemencias del invierno
a lo largo del 2011. En pocos minutos han visto desaparecer, arrollado
por la fuerza de las aguas, el trabajo de muchos años.
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Quiero motivarlos
a que nos movilicemos en favor de los damnificados del invierno, y tengamos
experiencias concretas de solidaridad con ellos con el fin de hacerles más
llevadera su tragedia.
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En la primera
lectura, el profeta Isaías tiene unas palabras que nos iluminan el significado
del tiempo litúrgico que empezamos hoy: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras,
estremeciendo las montañas con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio
jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas a favor de los que esperan
en Él”.
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El tiempo
litúrgico del Adviento es la preparación para celebrar esta iniciativa de Dios
que nos envió a su Hijo, quien asumió la condición de un niño frágil. El profeta
Isaías expresa el carácter único de esta irrupción de Dios en la historia
mediante tres verbos: rasgar los cielos, bajar, estremecer las montañas. A pesar
de su fuerza, estos verbos son tímidos intentos por expresar lo inexpresable.
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Vayamos ahora al
texto del evangelio; el evangelista Marcos, en palabras muy sencillas, nos dice
cómo vivir estas semanas de Adviento: “Velen y estén preparados; permanezcan
alerta”.
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El evangelista nos
está diciendo que algo muy significativo está por suceder y que alguien muy
importante viene a visitarnos.
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El Adviento es el
tiempo litúrgico en el que nos preparamos para celebrar el nacimiento del Hijo
eterno de Dios que asume la condición humana en las entrañas de una campesina
judía.
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Hace dos mil años,
este hecho marcó definitivamente la
historia; por eso utilizamos las expresiones AC, antes de Cristo, y
DC, después de Cristo.
Pero no pensemos que se trata de un
acontecimiento lejano en el tiempo. La encarnación y la natividad son una
realidad presente y operante; ese niño que nace en Belén continúa comunicándonos
su gracia, nos renueva, nos invita a amar la vida, nos convoca a trabajar por
los valores familiares y a compartir con los pobres. Descubramos el rostro de
ese Jesús, que es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, en los damnificados por
el invierno.