Domingo III de Pascua, Ciclo B
Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.
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Lecturas:
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Hechos de los
Apóstoles 3, 13-15. 17-19
o
I Carta de san
Juan 2, 1-5
o
Lucas 24,
35-48
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El texto del
evangelista Lucas, que la liturgia propone a nuestra consideración este domingo,
no solo es de un gran valor teológico sino que, además, de alguna manera
refleja las dudas y perplejidades que experimentamos hoy en el camino de
la fe.
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Reconstruyamos
el momento que viven los Apóstoles: Están reunidos y escuchan con gran atención
la experiencia vivida por dos miembros de la comunidad que se dirigían de
Jerusalén a Emaús; mientras estos dos amigos compartían el dolor que los
embargaba por la pasión y muerte de su Maestro, un viajero se les unió, y
empezaron a conversar sobre los acontecimientos recientes; descubrieron la
verdadera identidad del compañero del viaje cuando se sentaron a compartir el
pan.
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Ciertamente,
los Apóstoles habían escuchado
diversos testimonios que proclamaban que el Señor estaba vivo, habiendo superado
el abismo de la muerte. Pero había sido tan desgarradora la pasión y muerte del
Señor, que no lograban digerir este anuncio de su resurrección.
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Ubicados
nosotros respecto al momento espiritual y afectivo que viven los Apóstoles, los
invito a penetrar en el contenido mismo del relato: en primer lugar, tratemos de
explorar el proceso que viven; y, en segundo lugar, veamos la pedagogía que
utilizó el Resucitado para confirmarlos en la fe.
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¿Qué están
sintiendo los Apóstoles?
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El evangelista
Lucas no disimula los sentimientos de sus colegas; con realismo afirma que
“ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma”. Lo que habían
vivido durante la última semana los ha dejado destruidos. Por eso es natural que
estén desconcertados y atemorizados; por eso creen estar viendo un fantasma.
o
El Señor
Resucitado lee lo más íntimo de sus corazones, y les pregunta: “¿Por qué se
espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior?”
o
No imaginemos
a los Apóstoles como unos super-héroes, con unos rasgos de personalidad que los
hacían diferentes de los demás
hombres. Eran seres humanos como nosotros; con sus momentos de generosidad y
también con sus pequeños egoísmos; que habían vibrado de entusiasmo oyendo al
Maestro, pero con los temores e inseguridades que son inherentes a la condición
humana.
o
Una de las
dinámicas más hermosas que registran los evangelistas es el proceso de
maduración en la fe de los hombres y mujeres que se fueron agrupando alrededor
del Maestro. En ese camino de la fe, con todas sus inestabilidades, Pentecostés
señala el punto de no retorno; la presencia del Espíritu Santo en la comunidad
les da la claridad para leer en la fe la Pascua del Señor y les da la gracia
para asumir la descomunal tarea de
proclamar la Buena Noticia del Señor Resucitado a todas las naciones.
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Los Apóstoles
son agitados por las dudas, los interrogantes, los temores… Tomemos conciencia
de que la duda es un componente de la naturaleza humana, pues caminamos en el
claroscuro de las pequeñas verdades, de los conocimientos limitados, de las
hipótesis que son superadas, de los aprendizajes por ensayo y error… Las dudas
se expresan en forma de preguntas; y éstas nos motivan a buscar nuevas
respuestas, a revisar la fundamentación
de nuestros juicios de valor. Así, pues, las dudas son oportunidades de
crecimiento en la conquista, siempre incompleta, de la verdad. Procuremos tener
abierta la mente y el corazón, superando la
tentación de aferrarnos a pequeñas y aparentes seguridades.
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Después de
esta rápida exploración de los sentimientos de los Apóstoles, veamos la
pedagogía que utiliza el Señor Resucitado:
o
Lo primero
que llama la atención es su saludo: “La
paz esté con ustedes”. Este saludo acompaña todas las apariciones del Señor; es
su gran regalo. Su presencia en medio de la comunidad apacigua las aguas
turbulentas de las incertidumbres, arroja luz en medio de la oscuridad y muestra
el horizonte hacia el cual avanzar. No hay que interpretar la paz que anuncia el
Resucitado como un anestésico bajo cuya acción desaparecen los dolores de la
existencia. No; las dificultades subsisten, pero la presencia del Resucitado nos
da el coraje para asumirlas sabiendo que el Señor está junto a nosotros.
o
Después de
saludarlos, les confirma su identidad; no es un fantasma ni una ilusión de la
mente. “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. Es el mismo Señor, cuyas
palabras y acciones milagrosas tanto los impactaron. Ahora bien, su resurrección
ha sido totalmente diferente de la de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín,
quienes regresaron a esta vida para después volver a morir. El Señor Resucitado
no ha regresado a las coordenadas espacio-temporales, sino que vive eternamente
junto al Padre, y ha sido constituido Señor del universo.
o
¿Qué efecto
tuvo esta experiencia sobre los Apóstoles?
Nos dice el evangelista Lucas: “Entonces les abrió el entendimiento para
que comprendieran las Escrituras”. Así, pues, iluminados por la gracia
comprendieron el sentido de todo lo que había ocurrido y tuvieran la perspectiva
del plan de salvación, superando así la miope lectura humana de la vida, pasión,
muerte y resurrección del Señor.
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La lectura de
este texto evangélico nos hace sentir cerca de los Apóstoles, pues también
nosotros navegamos en un océano de dudas e incertidumbres. Pidamos al Señor
Resucitado que la paz pascual se instale en nuestro corazón,
que fortalezca nuestra fe y que
confiemos en su presencia salvadora en medio de su Iglesia.