Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

ü        Lecturas:

o       I Libro de los Reyes 3, 5. 7-12

o       Carta de San Pablo a los Romanos

o       Mateo 13, 44-46

 

ü        Si queremos describir en pocas palabras el sentido de la actividad apostólica de Jesús, podemos decir que vino para anunciar el Reino de Dios y para hacerlo presente en medio de la humanidad.  Dedicó tres años de su vida a explicar en qué consistía ese Reino.

 

ü        Pues bien, las dos parábolas que hemos escuchado en el texto de San Mateo, la parábola del tesoro y de la perla, nos invitan a reflexionar sobre ese Reino que ya está en medio de nosotros.

 

ü        Las dos parábolas son casi idénticas. Si leemos cuidadosamente los dos relatos, descubrimos que en cada una de ellos hay tres elementos: el objeto valioso está oculto; se produce su hallazgo; quien hace el hallazgo  pone todos los medios para hacerse a ese objeto valioso que ha encontrado.

 

ü        Meditemos en el alcance de cada uno de estos elementos. El primero de ellos habla de una riqueza que ha permanecido oculta:

o       La historia está llena de relatos de buscadores de tesoros. Un elemento central de la historia de América fue la búsqueda de Eldorado, que lanzó a miles de aventureros españoles a través del Atlántico.

o       En los Estados Unidos, la fiebre del oro generó una impresionante ola migratoria hacia California. Las leyendas de esta gesta colonizadora ha sido inagotable fuente de inspiración para Hollywood y sus inolvidables  películas de vaqueros.

o       A través de Discovery Channel y de National Geographic hemos seguido a los  buscadores de barcos, ávidos de la riqueza de los galeones españoles hundidos en aguas del Caribe.

ü        Con estos tres ejemplos he querido poner de manifiesto la atracción hipnótica que la búsqueda de tesoros ocultos produce en muchos seres humanos.

 

ü        Jesús nos dice que el Reino de Dios es un tesoro oculto, que es una perla de gran valor, junto a los cuales han pasado millares de caminantes incapaces de descubrirlos. ¿Por qué el Reino de Dios no ha sido descubierto y es tesoro oculto para muchos? Quizás porque el Reino de Dios es discreto, poco llamativo… Quizás porque el Reino de Dios se mimetiza entre las múltiples ofertas de sentido y felicidad que proliferan a nuestro alrededor. En medio de tanto ruido y de tanto desorden confundimos el oro con la fantasía, las joyas con las imitaciones…

 

ü        Reconocer al Padre como nuestro Creador, reconocer a Jesús como nuestro Salvador  y reconocer al Espíritu Santo como nuestro Inspirador es un auténtico tesoro. La fe es el más precioso de todos los bienes porque nos proporciona el sentido último de nuestra existencia.

 

ü       Demos un paso adelante en nuestra reflexión y analicemos cómo ha sido nuestra experiencia de fe. Tenemos que reconocer que la mayoría de nosotros hemos recibido la fe por tradición familiar. El bautismo es algo tan natural como poseer un apellido y haber nacido en una región particular con su acento, con sus tradiciones y con sus comidas típicas.

 

ü       Quienes han tenido que luchar por la fe (porque han tenido crisis muy fuertes o porque han debido enfrentar  un ambiente adverso o porque han padecido persecución) sí saben que la fe es un tesoro que vale más que cualquier otro bien, incluida la vida.

 

ü        Después de presentar el Reino de Dios como un tesoro oculto y como una perla escondida, el evangelista Mateo propone un segundo elemento, el hallazgo.

 

ü        De nada sirve el tesoro que permanece oculto. Hace falta encontrarlo. Y, una vez encontrado, es necesario comprender su valor. Si no comprendemos su valor, lo perderemos. ¡Cuántas personas ignorantes engañadas por comerciantes de antigüedades que pagaron una miseria por auténticas joyas!

 

ü        No basta con haber sido bautizados en la Iglesia católica. No basta con haber recibido los sacramentos por simple tradición familiar. Es necesario profundizar en la fe que recibimos de nuestros mayores. Por eso hay que estudiar la Biblia y hay que ilustrarse sobre los grandes misterios de nuestra fe.

 

ü        En muchos creyentes se da un fuerte contraste: por una parte, son profesionales altamente calificados en su área específica; pero, en lo referente a la formación religiosa, se quedaron atrás y no saben sino lo que aprendieron hace 30, 40 o 50 años, cuando estudiaron en el Berchmans o en el Pío XII o en el Sagrado Corazón. El tesoro de nuestra fe debe ser buscado con pasión, como quien está en búsqueda de Eldorado. Nuestra fe debe ser profundizada.

 

ü        El tercer elemento que pone de relieve San Mateo es el empeño de quien descubre el tesoro o la perla.        Quiere quedarse con esa riqueza. No duda en venderlo todo para invertirlo en el fabuloso descubrimiento que ha hecho.

 

ü       Quien ha descubierto el tesoro de la fe, reprograma su escala de valores, desenmascara aquellas apariencias que lo habían inspirado hasta ese momento y asume los valores sólidos que le dan sentido a la vida.

 

ü        Es hora de terminar nuestra meditación dominical:

o       Que estas sencillas parábolas sobre el Reino de Dios – las parábolas del tesoro y de la perla – nos hagan reflexionar sobre la fe que hemos heredado en nuestras familias.

o       Descubramos, a través de la oración y del estudio, las riquezas que nos ofrece la fe.

o       Revisemos nuestras agendas y prioridades, porque quizás estamos dedicando nuestras energías a valores aparentes que no valen la pena.