Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü     Como en los domingos anteriores, Jesús, a través de parábolas, continúa sus enseñanzas sobre la oración. El relato de hoy nos presenta a dos hombres que fueron a orar al Templo de Jerusalén; uno de ellos era fariseo y el otro era publicano.

 

ü    Para poder comprender en profundidad las enseñanzas de Jesús, es necesario precisar las identidades de estos dos personajes.

 

ü    Empecemos por el colectivo de los fariseos: ¿quiénes eran? ¿cómo actuaban?

 

o       Los fariseos constituían un grupo minoritario dentro de Israel; se calcula que eran unos 6.000 en tiempos de Herodes. A pesar de su  reducido número, ejercían un poderoso influjo dentro de la comunidad.

o       Los fariseos atribuían las desgracias de Israel, en particular la desgarradora experiencia del exilio en Babilonia, al hecho de no haber guardado la ley mosaica o Torá. En la mentalidad farisaica, cumplir la ley era una obligación de los individuos y de la nación judía como un todo.

o       Los fariseos no solo enseñaban el cumplimiento de los mandatos explícitos que aparecían en los Libros sagrados, sino que también consideraban obligatorio el cumplimiento de otras normas que habían sido formuladas por los estudiosos de la Ley.

o       Los fariseos habían  formulado 613 mandamientos, de los cuales 248 eran positivos(es decir, ordenaban las cosas que había que hacer) y 365 eran negativos (es decir, eran prohibiciones).

o       Pensemos durante unos segundos en lo que significaba tener 613 mandamientos... ¡Si nosotros tenemos dificultades para cumplir los 10 mandamientos, ¿qué decir del cumplimiento de 613 normas?!

o       ¿A dónde condujo esta obsesión de los fariseos por el cumplimiento de unos preceptos?  Ellos redujeron la religión a la ética y ésta se identificaba con unas normas, y se olvidaron de un concepto mucho más rico de religión como una forma de relacionarse con Dios en amor y en confianza.

o       Jesús tuvo enfrentamientos muy duros con los fariseos, a quienes acusó de hipócritas porque pretendían mostrar una virtud que no tenían y aparentaban una santidad de la que carecían.

 

ü     Pasemos al segundo personaje de la parábola, quien pertenecía al colectivo de los publicanos: ¿quiénes eran? ¿cómo actuaban?

 

o       Los publicanos eran los encargados de cobrar los impuestos en nombre de Roma, que era la potencia ocupante; eran los funcionarios de la DIAN de esa época.

o       El ejercicio de este oficio de liquidadores y recaudadores de impuestos los convertía en funcionarios proclives a la corrupción y a manejos turbios...

o       El cargo ejercido por los publicanos  tenía muy mala reputación y además eran odiados por colaborar con los romanos, que eran los ocupantes de Israel.

o       Para los judíos más observantes de la ley, los publicanos eran unos seres detestables porque su contacto con los paganos, es decir, con los romanos, los hacía impuros, lo cual les impedía participar en el culto.

 

ü    Después de esta breve exploración del perfil socio – religioso de estos dos personajes, podemos comprender mejor el significado de la oración que hace cada uno:

 

o       El fariseo, que se consideraba salvado por el cumplimiento de los numerosísimos preceptos, dice a Dios: “Te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. Es la oración del hombre perfecto, sin pecado, que no necesita de  nada ni de nadie. Ni siquiera parece necesitar de Dios, porque su comportamiento le garantiza la salvación.

o       La oración del publicano es completamente distinta: “Se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho diciendo: Dios, ten compasión de este pobre pecador”.

 

ü    Dentro de la sociedad y dentro de la Iglesia siguen presentes los fariseos que se consideran superiores,  se creen modelos que deben ser imitados, y además se constituyen en jueces de los demás.

 

ü     A estos fariseos de nuevo cuño hay que recordarles que la vida es muy distinta:

 

o       Nadie puede decir de esta agua no beberé.

o       Nadie puede considerarse seguro y protegido de la tentación.

o       Nadie puede arrojar la primera piedra.

o       La perfección no existe en esta vida. Por eso hay que mirar con sospecha a aquellas parejas que afirman que entre los dos no ha existido un SÍ y un No; hay que sospechar de ellas porque lo natural es que los seres humanos piensen de manera diferente.

o       En todas las familias hay problemas; en todas las familias existen personajes conflictivos.

 

ü    Ayer como hoy, el orgullo y el exceso de confianza son malos consejeros:

 

o       Corre peligro el amor que se siente demasiado seguro del otro y no vive la necesidad de conquistar  cada día el corazón de la  persona con la que se comparte la vida.

o       Corre peligro el comerciante o el profesional que se siente seguro de su clientela y descuida la calidad de su servicio.

 

ü     ¿Cómo termina la parábola del fariseo y del publicano que oran en el Templo?

 

o       El publicano, que reconocía todas sus debilidades, regresó a casa justificado, aceptado por Dios.

o       Por el contrario, el monólogo del fariseo, que no era otra cosa que una autoalabanza, no fue escuchado por Dios

o       Dios siempre está dispuesto a acoger a quienes se acercan en actitud de humildad, reconociendo sus fallas y equivocaciones. Pero cierra sus oídos a aquellos cuyo orgullo les hace creer que son tan buenos que no necesitan de la gracia de Dios y se convierten en jueces implacables de sus hermanos.